UN WHATSAPP PARA LA COMUNIDAD

“Cuando nos vimos confinados por la pandemia, una noche cualquiera, no sé si fue el mismo Dios que me habló, yo no podía dormir y se me vino a la cabeza una pregunta: –¿Y ahora cómo nos vamos a comunicar entre nosotros?–”. 

Así comenzó lo que hoy es un medio muy útil para la comunidad, que resuelve y da aliento. Quien se hizo aquella pregunta fue Sandro Mejía, orgullosamente nacido en Lo Amador, el tradicional barrio cercano al Centro de Cartagena.

Se le ocurrió la idea de un Whatsapp para líderes del barrio. Lo consultó con tres amigos, quienes lo animaron y enseguida lo abrió, con cinco participantes. Le puso un nombre como de comando organizativo: Puesto de Mando Unificado -PMU- Bicentenario. “Luego le cambié el nombre a CB Noticias para no estar hablando de Covid-19 porque ya había pasado la emergencia y quería mantener el grupo”.

Recientemente le cambió el nombre a Noticias Ciudad de Bicentenario. Sus miembros son 123 líderes, vecinos y algunos periodistas que por allí se enteran de noticias, problemas y oportunidades en nuestro Megabarrio. 

Salud, empleo y oportunidades

Desde el principio sus “tres mosqueteras y grandísimas amigas” Omaris Clemente, María Luque y Kary Luz Ramos lo han acompañado en el proceso.

“Una vez nos llegó la información de que había nacido un niño y que a los dos o tres días la mamá murió; eso lo circulé a través de las redes sociales. No sé cómo una emisora se enteró y me llamó por ese caso; otra gente le trajo una cantidad de cosas al niño en una tremenda camioneta y hasta una hija del Joe Arroyo, que estaba en Estados Unidos, se enteró y ayudó”.

“Después también me contaron de una niña que me duele porque iba a cumplir años. Ella quería su fiesta, pero tenía una enfermedad terminal y con estas tres mujeres movimos la fibra de algunos vecinos y logramos darle su celebración. La niña falleció más adelante”.

Ahora en diciembre está programada la intervención de un niño de dos años con una hernia inguinal por la que tocaron puertas, comenzando por el chat de Whatsapp. Recientemente se recogieron recursos para un muchacho de las torres que lamentablemente falleció.

Pero no solo tratan temas de salud y medicamentos. Cuando va a haber cortes de servicios públicos se hace la alerta. “Si me escriben al interno –Mira, tengo un problema con una alcantarilla–, les pido la foto y el pantallazo de la póliza”, cuenta.

También publican emprendimientos de vecinos y oportunidades de empleo. “Una vez en una reunión una persona me estiró la mano: –¿usted es el señor Sandro?–. Le dije que sí. –Muchísimas gracias porque usted colocó una vacante en su grupo, a mí me la pasaron y gracias a Dios mi esposa hace cuatro días está trabajando–”. 

“Los fines de semana publican mucho los que tienen negocios, como una heladería o comida rápida. En el grupo todos pueden publicar, yo solamente soy el administrador, pero pido que me comenten por el interno antes de publicar. Eso sí, les tengo dicho que no admito cadenas de oraciones ni nada por el estilo”. 

Hace unas semanas una amiga, docente del SENA, le preguntó “–¿Cómo anda eso por Bicentenario?–. Sandro le contestó que estaba pensando en cómo ayudar a un grupo de mujeres cabeza de hogar. –Vamos a dedicarles un seminario de limpieza y desinfección de superficies–”. Lo publicó en el grupo y el día que lo visitamos empezaba la capacitación, que les permitirá tener un certificado y así mejorar las oportunidades de conseguir un empleo.

¡A crecer!

A partir del grupo de Whatsapp creó una cuenta en Facebook llamada Infórmate Ciudad Bicentenario

“Ayer lo revisé y llevamos 223 personas en ese grupo y hay más pidiendo ingresar porque lo tengo privado. Muchas de ellas viven por fuera, incluso en otros países, pero tienen familiares acá en Ciudad del Bicentenario. Quieren estar pendientes”.

Está abierto a agregar más vecinos en la cuenta de Whatsapp, pero con cierto control. “No puedo tener a toda la urbanización en el grupo, pero la idea es que si en cada manzana uno o dos vecinos saben la información, se la puedan transmitir a los demás a través de sus propios grupos. Esa es mi idea”.

Quiere que su siguiente paso vital sea crear con algunos amigos una fundación para trabajar con madres cabeza de hogar y niños vulnerables.

“Estamos, como dicen, en la etapa de enamoramiento, de intercambio de opiniones y eso. Sé que las cosas no son fáciles, pero tampoco tan difíciles que no se puedan lograr”. 

“Una vez un sacerdote me dijo que en esta vida todos somos ignorantes, afortunadamente todos no ignoramos lo mismo. Entonces, he tratado de codearme con personas que saben algo que yo no sé y de pronto yo sé algo que ellos no. Me gusta estar rodeado de una fórmula matemática: me acerco a la gente que sume y que multiplique y me alejo de los que dividen y restan”.

¿Por qué a mí?

Recuerda el día exacto en que llegó a Ciudad del Bicentenario: el 6 de julio del 2011. Llegó solo con su mamá, después de haber crecido en una familia grande que se fue dispersando con el tiempo.

En Lo Amador vivían cerca de un terreno alto que se fue deteriorando por la manera en que la comunidad que se instaló allí construía sus pozas sépticas, cuyas aguas se filtraban. Empezaron las grietas, luego las zanjas, hasta que en una temporada invernal las autoridades les exigieron evacuar. Tres días después se vino abajo el muro que daba a la sala y la cocina.

“Creo que fuimos bendecidos por Dios, porque en menos de seis meses nos entregaron nuestra casa, mediante un programa de reubicación”. Tenía 37 años. 

Sin embargo, el comienzo fue duro. Se despertaba en medio de la noche preguntándose dónde estaba y qué estaba haciendo acá. Lo desesperaba no tener cerca todo lo que en Lo Amador tenía al alcance de la mano. Incluso se podía ir caminando al mercado, a una cita médica o a hacer diligencias en el Centro. 

“En ese momento llegué a pelear con Dios, si se puede decir así. Yo decía –¿Pero por qué a mí?–. Entonces una canción de Lilly Goodman llamada Al final me hizo reflexionar mucho, Me dije: –No debí preguntarle a Dios por qué a mí sino para qué me sucedió esto–. A lo mejor era un momento en que Dios me decía: –Quiero que ya no estés aquí, que cambies–. Luego vine a caer y la verdad que fue un momento súper espectacular de mi vida”. 

Florecer por Dios

Quería ser médico o sacerdote, pero no se dieron las oportunidades, así que optó por estudiar una carrera técnica en hotelería y turismo, que nunca ejerció. Cuando estuvo a punto de hacerlo lo enviaron a una capacitación en seguridad industrial en el SENA.

Allá, un compañero le dijo que iban a abrir una técnica en paramedicina. Eso lo emocionó porque se acercaba un poco a aquel sueño de ser médico. Se inscribió, pero le cambiaron el nombre al programa, que pasó a llamarse Salud Comunitaria y Familiar. Igual sonaba interesante y también terminó esa formación.

Eso le abrió las puertas de Empresas Promotoras de Salud -EPS- y Administradoras de Régimen Subsidiado -ARS- como Comfamiliar, Mutual Ser o la fundación Ser Social, principalmente como educador en salud. También aprendió inyectología y toma de presión arterial, por lo que desde entonces puede ayudar a su mamá, quien sufre de hipertensión.

El papel de formador comunitario le dio cierta visibilidad en su barrio y los aledaños. “Al llegar acá me encuentro con la sorpresa de que en sectores como Colombiatón o Flor del Campo había personas que yo ayudé y apenas me veía, me decía –Mira, el líder de allá–. Pero me gusta ser un líder anónimo, de los que hacen sin estar vociferando que hice esto o aquello”.

Lamentablemente el trabajo como promotor de salud se acabó. Llegó desempleado a Bicentenario. Aquí un vecino lo puso al tanto de una convocatoria en Pacaribe. Casi no lo aceptan porque su experiencia y formación iban por otro lado. Sin embargo persistió.  Duró un año barriendo en las calles.

El siguiente paso de ese camino lo trajo al barrio, como supervisor de aseo durante la fase de construcción de  las Torres de Bicentenario. De ahí, a uno de los CDI liderando un grupo de cuatro operarias; años después al otro CDI, donde trabajó hasta el año pasado en una responsabilidad similar. En medio, trabajó en Mamonal, como supervisor de aseo en una planta eléctrica. 

En paralelo, ha fortalecido su capacidad como líder comunitario, con cursos dictados por la Universidad Libre y la Universidad de Los Andes. Con la Fundación Santo Domingo ha trabajado en logística y en la aplicación de encuestas, entre otros encargos que le hacen con alguna frecuencia. 

A los cuarenta y nueve años aún le quedan mucha batería, ganas de servir y de seguir atento a la vida de su hijastra, una de sus mayores motivaciones en esta vida. Con altibajos y problemas, le gusta su comunidad; aquí ha hecho amigos y amigas. Se ve en estas calles hasta que el Señor le indique lo contrario.  “Uno debe florecer donde Dios lo ha sembrado”, remata.

Soy Bicentenario 2023

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