Javier Marrugo Club Deportivo Bicentenario
En nuestras canchas se fundieron la historia de un joven entrenador y la de generaciones de muchachos que han encontrado un motivo detrás de un balón. De ayudar a limpiar una cancha con machete a probarse en equipos de Medellín o Cali. Esta es su historia.
Cuando Javier Marrugo Jiménez llegó a vivir a Ciudad del Bicentenario, en 2015, tenía veinticuatro años. La mayoría los había vivido en el barrio San Francisco.
Entonces aquí se jugaba un torneo entre las manzanas que estaban habitadas. Un hermano menor jugaba ahí y Javier, como el mayor del grupo, los empezó a organizar en la cancha y detectar quién podía ser mejor arquero o centrocampista. Así comenzó el camino que hoy lo tiene al frente del Club Deportivo Bicentenario, que es mucho más que aquel fútbol juvenil y masculino donde él comenzó a destacar.
Cuando terminó aquel campeonato se vio que había un buen grupo, seleccionando los mejores de cada equipo. La Fundación Santo Domingo lo invitó a hacerse cargo del mismo, posición en la que se mantuvo hasta 2021, cuando se amplió su objetivo para promover más deportes.
“Con el club deportivo hemos participado en la Liga de Bolívar; hemos ido a Barranquilla y a algunos municipios cerca de Cartagena; hemos interactuado con otros clubes y entrado en torneos; en fútbol sacamos dos categorías campeonas de torneos cortos aquí en el barrio y ahora estamos dándole muy fuerte a las prácticas en la cancha nueva que nos cedieron”.
Hablamos con él en la terraza de su casa, justo frente a la cancha que queda cerca del Centro de Salud, un escenario que él, sus colegas y los jóvenes futbolistas ayudaron a adaptar.
Del microfútbol a la 74
“En San Francisco los vecinos de la cuadra jugábamos en un campo de micro cercano. Nos concentrábamos en eso sábados y domingos; era muy bonito. Pero tras los derrumbes cada quien cogió para un lugar distinto de Cartagena. Nosotros primero nos mudamos a La María, cerca de San Francisco, y luego a Nuevo Bosque. En 2015 llegamos acá, a la Supermanzana 74”.
“Acá me volví a encontrar con muchos conocidos de San Francisco. Bastantes personas de avanzada edad me conocen y saben que soy hijo de Javier Marrugo y que vivía en la loma con mi familia”.
Al principio no le gustaba el barrio porque quedaba muy lejos. “Mis tías se mudaron en 2011, pero a nosotros nos tocó esperar cuatro años. Entonces mi mamá venía a visitarlas y yo le decía –Eso por allá está muy caliente, yo no voy–”. Al final en realidad sí venía. Y cuando le entregaron la casa a su mamá, al que no quería caldo le dieron dos tazas: le tocó vivir solo por mucho tiempo, mientras ella resolvía algunos asuntos antes de mudarse.
“Ahora salgo muy poco del barrio, sobre todo cuando hay partidos afuera los fines de semana. Me siento muy cómodo porque aquí hay de todo, Ara, D1, abastos; si quiero una hamburguesa, en la esquina las venden. Y así con todo”.
Familia en la cancha
Hace cuatro años se independizó y armó su propia familia, cómo no, mediante la escuela de fútbol. Mireya Berrío, nacida en El Plato, tenía a sus dos hijos entrenando con Javier. Fueron entrando en confianza y de ahí surgió el amor: Michael y Edgardo pasaron de entrenar con él a convertirse en su familia.
Durante todo ese tiempo, desde 2015, Javier tuvo que compaginar su faceta de entrenador con su trabajo como administrador de un hotel en el Centro Histórico. “Pero llega un momento en el que uno necesita un cambio, nuevos aires. Los turnos que me estaban dando eran diferentes, todos de noche, a veces veinticuatro horas. Obviamente no tenía tiempo para practicar ni para la familia; había que trabajar los días feriados o los fines de año”, relata.
Así que el año pasado renunció. Además del trabajo con el club deportivo Javier da clases dirigidas en la mañana y la tarde. Es tecnólogo en gestión de empresas industriales y tiene la licencia oficial de la Liga de Bolívar para categorías menores en el fútbol base.
“Al principio practicábamos allá, en un espacio muy reducido, o sea, desde el palo de mango hasta la reja”, nos dice mientras señala el espacio frente a su casa. “Esto no se olvida jamás: en el poste que está casi en la orilla colgábamos tres palitos de escoba para marcar el arco y ya teníamos la cancha”.
Empezaron con diez conos, un balón y quince jóvenes. Un día se pinchó el bendito balón: se habían quedado sin la materia prima. “Yo me hice cargo; compré dos balones y esos pelados brincaban de alegría; primera vez que teníamos dos balones, ¡eso era lo último para ellos!”.
Después se mudaron al campo de sóftbol que limpiaron entre todos con machetes e iluminados por lámparas porque lo hacían al caer la tarde, el horario en que comenzaban las prácticas entonces. A esas alturas eran hasta cuarenta y cinco jóvenes, incluyendo a algunos que llegaron desde Villas de Aranjuez y Colombiatón.
Más canchas y equipos
Ahora, entre toda la gestión suya, de los otros entrenadores y el esfuerzo de los muchachos y sus familias, más el decidido apoyo de la Fundación Santo Domingo, el club deportivo cuenta con un equipamiento bastante mejor.
Los espacios deportivos en nuestro Megabarrio han crecido, pero no terminan por dar abasto ante la gran población juvenil y su necesidad de esparcimiento. Está la cancha frente a la casa de Javier; la antigua de softbol; la nueva frente a las torres, que tiene medidas reglamentarias para fútbol 7 y está construida con toda la técnica requerida; el nuevo campo donde funcionaba el club de Telecartagena, cerca de La Sevillana. Allí se juega softbol los fines de semana y ahora también hay una cancha de fútbol con medidas reglamentarias para fútbol 11.
Por supuesto, aunque no está concebido para prácticas de club sino para recreación general, también está el nuevo parque Metropolitano Bicentenario. Son varios espacios surgidos en los últimos dos años, pero también hay otros clubes que los requieren, además de que las comunidades aledañas piden aprovechar los escenarios. Esa fue la razón, por ejemplo, de que el Club Deportivo Bicentenario solo entrene una de sus categorías en la cancha de fútbol 7.
Las prácticas se hacen los lunes, miércoles y viernes desde las 2:30 p.m. hasta las 6:00 p.m., con espacios divididos por categoría y se práctica aún en medio del calor porque en nuestra región se juega a rayo de sol.
Con la Liga de Bolívar cada vez se fortalece más la relación. El año pasado se compitió en todas las categorías, igual que en este 2023. Hay partidos tanto en barrios de Cartagena como en localidades cercanas como Punta Canoa, Santa Rosa o Turbaco, pues la Liga de Bolívar abarca por igual barrios y poblaciones.
A veces, ir a esos partidos implica alquilar buses, como cuando jugaron en Barranquilla o en Punta Canoa, cuando tuvieron la ayuda de la Fundación, pero para las demás hay que sacar cuentas y que los padres de familia apoyen para el transporte. “Muy pocos papás van, nos dan mucha confianza y nos dejan a los pelados desde las categorías más infantiles”.
En una de esas ocasiones, intentando ahorrar en el transporte, llegaron tarde a un partido Sub-20 en Turbaco. “Cuando llegamos, media hora tarde, el técnico rival nos dijo: –Ya llegaron, pero perdieron el partido, juguemos, pero ya perdieron oficialmente–. Yo le respondí –Confío en mis jugadores–. Les ganamos 6-1”.
Crecer y golear
Desde aquel origen en 2015 la escuela no ha parado de crecer. La decisión de formalizar el Club Deportivo apunta a ser cada vez una estructura más organizada y que pueda competir oficialmente representando a Bicentenario. Hoy tiene las siguientes divisiones:
- Semillero, hasta los nueve años
- Categoría 2011
- Categoría 2009
- Categoría 2007
- Categoría Sub-20
- Categoría femenina
- Equipo de kickball
Las tres primeras categorías y la sub 20 son entrenadas por Javier, sumando cincuenta y un jugadores; la 2007 es entrenada por Gregorio Gómez, con diecisiete jugadores a cargo; mientras que el profesor Kevin Zabaleta entrena la femenina y el equipo de kickball, con doce y veintisiete jugadoras, respectivamente. El siguiente paso es abrir prácticas de boxeo porque están detectando niños con ese potencial.
Hay dos muchachos surgidos de la escuela que están haciendo proceso en una escuela de fútbol en Medellín como siguiente paso en su formación. Los directivos han escuchado buenos comentarios sobre el trabajo de Javier y el Club Deportivo, así que han pedido que envíen más prospectos.
También ha habido acercamientos con el Deportivo Cali, mediante un contacto que se hizo con la Fundación Santo Domingo. Les encantó el proyecto. Para concretar una alianza se requiere una cancha apta –que ya se tiene- y la personería jurídica, que está en curso.
“Que el Deportivo Cali se asocie sería muy valioso porque los padres querrán tener a su hijo ahí. Y los jóvenes van a tener la posibilidad, de acuerdo a sus talentos y capacidades, de dar los primeros pasos hacia un club profesional. El profesor Gregorio tiene además contactos con el Deportivo Pasto, Deportes Pereira y otros clubes en Bogotá”, cuenta Javier.
“El fútbol colombiano pide preparar jugadores para nuestros campeonatos. Ahí fallamos porque lo importante es hacer crecer nuestro fútbol de la niñez. ¿Por qué muchos niños ven al Real Madrid, Barcelona y no miran aquí al América o Nacional? Porque nos han enseñado desde niños a mirar hacia allá, a enriquecer al fútbol extranjero y que el nuestro se empobrezca. Es más importante y factible que nuestros jugadores tengan la posibilidad de llegar a un Deportivo Cali, a un América o al Real Cartagena; quizás ir a otros lugares como Panamá o México, por ejemplo, porque no todos van a llegar a un equipo top de la Champions League”.
UN WHATSAPP PARA LA COMUNIDAD
“Cuando nos vimos confinados por la pandemia, una noche cualquiera, no sé si fue el mismo Dios que me habló, yo no podía dormir y se me vino a la cabeza una pregunta: –¿Y ahora cómo nos vamos a comunicar entre nosotros?–”.
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