CASA CULTURAL: LA CORPORACIÓN

Comenzaron con el entusiasmo de unos jóvenes de Ciudad del Bicentenario; hoy se consolidan como una organización proyectada a toda la ciudad. Un ejemplo de cómo evolucionar y crecer aunque cambien los liderazgos.

Al comienzo eran varias docenas de muchachos y muchachas, entre los que destacaban Alicia Valderrama, Adolfo Guerrero, Sergio Ortega, Johana Julio o Jhon Alex Romero. Las protagonistas de este artículo se integraron un poco más adelante. Antes, todos ellos eran adolescentes; hoy son profesionales que combinan el trabajo comunitario del día a día con la reflexión de la academia y la formación continua.

Entonces el enfoque principal era hacer actividades lúdicas y recreativas para los niños, niñas y jóvenes de la comunidad. “Íbamos a los cumpleaños, en los que animábamos y hacíamos recreación; llegábamos vestidos con tutús y disfraces, teníamos una pista de sonido muy distintiva”, recuerda Osiris Alcázar, su actual directora. Con eso conseguían algún ingreso para hacer otras actividades comunitarias infantiles.

Con el paso del tiempo se fueron fortaleciendo y pensando de manera más estratégica. Definieron líneas de acción como cultura, fortalecimiento del ser y sostenibilidad. Y dentro de cada una de ellas, proyectos y componentes. Habían pasado del entusiasmo a crear una organización.

“Casa Cultural –como nos siguen llamando en el barrio– al comienzo era muy recreativo para niños, niñas; hoy la Corporación, Sueños, Arte y Cultura es una versión renovada: una entidad sin ánimo de lucro que trabaja en dos enfoques específicos: construcción de paz y enfoque diferencial y de género, mediante tres componentes: arte digital, psicosocial y cultura”, describe Osiris. 

El punto de inflexión entre el entusiasmo y la organización fue la pandemia, cuando se enfocaron en atender con mercados a los adultos mayores. “No dejamos de hacer actividades, pero quisimos apostarle a aliarnos con otras organizaciones”. 

Y en medio de todo el ajetreo venía la reflexión. “Teníamos muchos sueños, queríamos hacer muchísimas cosas: trabajar por los adultos mayores, pero también por las mujeres, por los niños y niñas, por los jóvenes. Queríamos abarcar todo y eso a veces no es tan bueno”, reflexiona Osiris.

Pasado lo más duro de la pandemia profundizaron en la discusión sobre qué camino tomar y en qué enfocarse. Ganaron entonces una convocatoria de las reconocidas organizaciones de cooperación estadounidense USAID y ACDI/VOCA. Más que los insumos y materiales -que han sido muy útiles- lo que más los ayudó fue el apoyo en fortalecimiento organizacional, y personal. 

Y en ese camino comenzaron el proceso de legalización, asesorados por la Fundación Santo Domingo. Por eso dieron el salto a convertirse en una corporación, después de discusiones internas sobre cuál era la mejor figura legal para continuar el camino.

También ganaron otras convocatorias, aprendiendo en el camino a construir mejores propuestas.  Esto es importante porque participar en convocatorias y proyectos financiados por terceros es una manera muy apropiada de garantizar la supervivencia de una organización comunitaria.

“Dentro de nuestro territorio hay muchísimas cosas por hacer, hay muchísimo por aportarle como profesionales y personas. De tiempo atrás, hemos llevado acciones fuera del barrio, como en El Pozón o en Isla de León. Ahora desde el componente de arte digital estamos entrevistando a personas a nivel Cartagena que estén incidiendo de manera positiva en la ciudad. Estamos empezando a dar esos pasos para incluir a toda Cartagena dentro de los procesos, aunque nuestra alma siempre va a estar en Bicentenario”, dice Daniela Marín, la otra lideresa al frente de la iniciativa.

Con ellas el actual núcleo de la organización lo componen Natalie Palomino y Juan Daniel Gómez. También veinticinco voluntarios, casi todos jóvenes, cada uno con su propio crecimiento en responsabilidades y compromiso.

“Soñamos con ser una organización sostenible que tenga un gran alcance en Cartagena, la región Caribe y Colombia”, dice Daniela.

“Nos imaginamos tener un lugar físico aquí en Bicentenario, adecuarlo y volverlo un lugar seguro para los niños, niñas, jóvenes y mujeres, que son nuestra población más cercana, donde podamos compartir, seguir construyendo, realizar todas las acciones y concretar los sueños”, remata Osiris.

Osiris Alcázar Orozco tiene el mismo nombre de su amada abuela, que aún vive en el barrio Junín, desde donde llegó con sus padres y hermanos en 2017 a Ciudad del Bicentenario. Los 16 años los cumplió aquí. Hoy tiene 21 y está culminando la carrera de Trabajo Social en el Tecnológico Comfenalco.

“Poco después de mudarnos vinieron a la casa a preguntarnos si aquí vivían jóvenes, para que se vincularan a los procesos del barrio; a mi hermano y a mí nos llamó la atención”. La reunión fue en el bohío de la manzana 71, donde les explicaron qué iniciativas había y cómo podían integrarse a ellas.

En Junín nunca le había apostado a procesos de liderazgo o participación. “Allá no se veían esas cosas entre los jóvenes, pues todo era muy ‘adultocéntrico’. Yo empecé acá desde cero”, nos cuenta. 

En cambio, en Bicentenario había grupos e iniciativas muy diversas: cines culturales, actividades recreativas con niños y niñas, grupos de baile, etc. “Éramos muchos jóvenes, que hacíamos muchísimas cosas dentro del territorio”. En ese contexto entró a Casa Cultural, uno entre esos varios proyectos, que ya había comenzado su andadura liderado por otros jóvenes.

Por aquel tiempo la iniciativa ‘Nuestro Yeré’ hizo una convocatoria para otorgarles estímulos de trabajo a los grupos más comprometidos con su proceso. “Nos llevaron a La Boquilla y en el bus de regreso nos dijeron los grupos ganadores y entre ellos estaba Casa Cultural”. Eran insumos para mejorar las presentaciones de cine: el foco de trabajo de Osiris.

Esto, porque desde el principio ella se inclinó por las iniciativas culturales. Sin entrar aún a la universidad, se le midió a ser la coordinadora del componente de Cultura, responsabilidad que ha mantenido en estos años, a la par con el crecimiento en otros ámbitos de la corporación. Esto, mientras algún voluntario o voluntaria cumpla el ciclo para asumir ese rol. 

“Hacíamos cines culturales o ‘Léete este cuento’: actividades que todavía siguen, quizás no tan visibles como antes. También hacemos teatros sociales, la conmemoración y la celebración de espacios como el Halloween o el día de las cometas”, explica.

Al terminar su carrera Osiris quiere especializarse en familia y género. “Mi sueño siempre ha sido llevar todo este conocimiento a otros espacios mediante charlas, conversatorios y paneles donde pueda compartir con otras personas los conocimientos. También estar enfocada al cien por ciento en la corporación”. 

Daniela Andrea Marín Tous llegó con su familia desde el barrio El Carmelo. Corría el año 2018. Tenía veinte años y cursaba el segundo semestre de Trabajo Social en la Universidad de Cartagena. 

“Cuando llegamos esta parte era nueva, había casas desocupadas. Por mi calle, en la manzana 71, no había jóvenes; no veía con quién comunicarme y prácticamente pasaba sola en mi casa, con mi hermana. Estaba muy enfocada en el estudio, pero en algún momento me di cuenta de la necesidad de vincularme a un grupo u organización comunitaria, porque era algo afín con mi carrera”. 

A Osiris la conoció en esa búsqueda, mediante un grupo de mujeres de su iglesia llamado Casa de Vida. Y aunque le preguntaba sobre esa Casa Cultural de la que leía en sus redes sociales, nunca se concretó el momento de acercarse al proyecto.

Luego, en el 2021, con toda la cuestión de la pandemia, para una materia de la carrera yo necesitaba hacer un trabajo práctico de sistematización en algún tema de mi comunidad. Sin conocerlo, le escribí a Sergio, el director de entonces, para ver si podía conocer un poco de todos los procesos que ellos hacían”. 

“Me invitaron para un día que estaban haciendo La Tropa de Trapo: una actividad súper dinámica, donde hablaban mucho de la resiliencia. Eso me llamó la atención; me encantó tanto que yo dije: –Quisiera seguir conociendo y participando–”. A partir de entonces se acercó mucho más a Sergio y Osiris y comenzó su labor de voluntariado.  

“En el primer taller que realicé empecé a poner en práctica lo poquito que sabía en la universidad. Me gustó mucho la dinámica de convocar primero a la comunidad, de crear y planificar actividades. Son cosas que se ven en la teoría de las clases, pero ya metida en la comunidad es completamente diferente”. 

Era el momento en que Casa Cultural se estaba reinventando, así que Daniela pudo aportar sus ideas y sueños.  “Me acuerdo de una iniciativa que apuntaba a la comunicación asertiva en el grupo familiar. También otra que se llamaba Mujeres Resilientes, en la que participaron muchas mujeres jóvenes”. A partir de ahí Daniela fue fortaleciendo su liderazgo en la corporación.

Lo que sigue, si se cumplen sus planes, es estudiar una maestría en desarrollo social y estudiar la carrera de Psicología. “Estoy soñando con diferentes procesos y proyectos con mujeres, desde el enfoque psicosocial”. A sus 25 años, aún hay tiempo para seguir construyendo ese camino.   

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Soy Bicentenario 2023

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