DE COSTURERO A DISEÑADOR

Cuando se acercaba a los sesenta años, Carlos Morillo empezó a estudiar para convertirse en diseñador. Hoy tiene un negocio propio que ha vestido a centenares de estudiantes y graduados de nuestros colegios, además de atender una larga lista de clientes locales.    

Llegó hace trece años a Bicentenario desde San Francisco, damnificado por los derrumbes de aquel barrio. Tenía 55 años. Hasta entonces había sido costurero remendón por herencia de la familia. A la gente le gustaba su trabajo, pero Carlos no iba más allá de ese oficio manual. Primero cosía a mano y luego se rebuscó para comprarse una maquinita que le ayudara a agilizar el trabajo. Llegó con ella al barrio. 

Estando en nuestro Megabarrio decidió profesionalizarse en diseño. “Empecé buscando estudiar alta costura o algo así, pero me dijeron que primero tenía que terminar el bachillerato porque solo había estudiado hasta lo que hoy llaman sexto grado”.

Fueron tres años de estudios, útiles para retomar la disciplina académica y tomar algunos conocimientos. Luego, por fin, la carrera en el Instituto Bolivariano Esdiseños. Cuando la terminó fue a comprar una máquina más moderna y empezó a trabajar en lo que quería. 

“Me buscaron para unos quinceañeros y les hice un vestuario a las quince muchachas. Me tiré más de dos meses haciendo todos los vestidos porque yo trabajo solo. Cuando la gente los vio en la fiesta se generó mucha atracción. –¿Y quién hizo el vestuario?–, les preguntaban. –Eso lo hizo Carlos, el que vive aquí cerca—, les respondían. Enseguida empezaron a buscarme para hacer la ropa”, cuenta Carlos en su taller. 

“De ahí me dije: –Bueno, creo que ahora sí ya voy a ejercer mi título como diseñador–. Dibujaba los vestidos, los montaba en Facebook, la gente los miraba y me los encargaba. También me sugerían modas y yo se las hacía”.

Uno de esos primeros clientes fue Elkin Martínez, también de Bicentenario, quien casualmente estaba en el taller el día de nuestra entrevista. Elkin le propone diseños del estilo contemporáneo para jóvenes y Carlos los ejecuta.

El prestigio de Carlos como diseñador y costurero fino fue más allá del barrio y ahora lo buscan de otras partes. Un frente de trabajo importante es el de los uniformes para los colegios. Ha llegado a hacer hasta 150 trajes de grado en un solo encargo. También le llega mucho pedido para vestuarios de ocasión, como matrimonios, grados, bautizos y primeras comuniones. 


Por esa razón su temporada más fuerte comienza en diciembre, con trajes de ceremonias; en enero y febrero, los uniformes; acercándose Semana Santa le sale mucho pedido pues la gente quiere hacer encargos para llevar a los pueblos.

En junio decaen bastante los pedidos y el otro mes complicado es noviembre: “Por las fiestas de la Independencia, la gente no se viste bien; lo que quiere es romper ropa. Luego que pasan me empiezan a llegar los encargos para diciembre”, explica.

Ha cosido trajes para Leidis Montes, amiga y en su momento reina del barrio El Pozón en el Reinado de la Independencia. También saca tiempo para hacer su propio vestuario y prendas para su hija y su hijo, cada uno con su propio hogar en Bicentenario. 

En los últimos tiempos, con el apoyo de la Fundación Santo Domingo, está fortaleciendo la parte más formal del negocio: personería, Cámara de Comercio y documentos con la DIAN.  “Para el futuro pienso montar mi microempresa en el local que tengo construido al lado y dependiendo de las ayudas o lo que se consiga, terminar de organizar eso y hacer el negocio más grande”.

“En Bicentenario he sido acogido por todo el personal; la atención y el trabajo que me han brindado me ha hecho crecer más. Yo vivo aquí, esto es propio, así que no tengo nada que correr a buscar otro lado”.

D’Carlos

Diseño y Confecciones de Moda
Manzana 11. Lote 30. Bicentenario

321 639 03 53 

La constancia de Cila

Renunciar a un trabajo que necesitaba fue el comienzo de un camino que hoy la tiene al frente de su propia salsamentaria en La Sevillana.

Cila Montes Toscano llegó a los veinte años a Cartagena buscando oportunidades desde su natal Santa Marta. Compró el lote en La Sevillana hace doce años, pero no lo había construido por falta de recursos. 

Hasta que una crisis económica la obligó a parapetar una construcción en obra negra y entrar a vivir así con sus tres hijos, entonces de dieciocho, trece y once años. 

“Tocó acomodarse como se pudiera y echar pa’lante, vendiendo hielo. Lo hacía en la nevera: esperaba que se congelara una bolsa y las iba montando por un ladito; al día vendía unas quince o veinte. Como entonces no pagábamos servicios eso me ayudaba. También me empecé a ayudar haciendo aseos o cualquier encargo que me saliera”. 

En una esquina sobre la vía principal del barrio abrieron una salsamentaria. Cila se acercó y convenció a los dueños de que podía ser buena para el trabajo de atender y llevar el negocio. La contrataron, pero los horarios eran brutales: de ocho de la mañana a las doce de la noche incluso.

Al principio no le importaba: era un ingreso indispensable en ese momento. Hasta que se enfermó, tras cuatro meses en ese ritmo agotador. “Ya no daba abasto, mi cuerpecito estaba pasando factura, tenía las defensas bajas y cogí un resfriado muy fuerte por el sereno. En Semana Santa dije –Bueno, hasta aquí llegué–. Les di gracias a los señores, pero les dije que no podía más”.

Sin embargo, aunque hubiera sido tan desgastante, había aprendido mucho; ahora tenía un conocimiento que antes no: inventarios, productos, pedidos, manejo del cliente y del negocio. Eso lo podría poner en práctica en otra actividad económica.

“Mi meta era poner un negocio, pero no sabía de qué. Tenía muchas ideas, pero antes de ese trabajo no sabía lo que en realidad significa poner un negocio; no es solamente abrirlo, es que lo puedas administrar bien y lo lleves al servicio de las personas para que te vaya bien a ti”.  

Una mañana del pasado abril Cila notó que habían cerrado aquel negocio. “Me dije –¡Epa!, cerraron porque no consiguieron otra persona–. No había sido mi intención, pero así se dieron las cosas”. Se dio cuenta de que había una oportunidad.

Sin embargo, no tenía recursos para abrir un negocio. Apenas había vuelto a vender hielo. “Así que dije:  –Bueno, Señor, yo soy tu hija y tú me vas a ayudar–. Le comenté la idea a una gran amiga, que me dijo –Tú tienes el conocimiento–. Y yo le respondí: –Claro, estoy nuevecita, lo tengo a flor de piel–. Ella me pidió un poco de paciencia para ver cómo hacía”.

Mucha oración y un préstamo bancario fueron el punto de arranque de esa sociedad con su amiga. El primer mes dispuso de cincuenta productos; al segundo fueron cien y el tercero, ciento cincuenta. Tiene dos tipos de clientes fundamentales: quienes se dedican a la venta de comidas rápidas y los vecinos que quieren comer algo distinto.

“En la salsamentaria vendemos ingredientes para comida rápida de todas las especies: patacón relleno, arepas rellenas, hamburguesas, perros calientes, salchipapa, deditos, entre otros. También ingredientes para pasteles, pudines, tortas y hasta postres: leche condensada, crema de leche, arequipe, maní, los mini chip y todo para decorarlos”.

También vende insumos. Por ejemplo, el que vende café en la calle consigue allí los vasitos, las cucharillas y el azúcar en sobres. También, para otros negocios de comida, empaques de icopor, cajas de cartón y demás.

“A mis vecinos les digo, por ejemplo: –Aquí tengo unas chuletas que las puedes hacer asadas o en barbecue; también preparar estas hamburguesas o estos  patacones–, y ellos se van felices con las recetas que les doy”, explica.

Los fines de semana, comenzando el viernes, son días de abrir temprano y cerrar cerca de la medianoche. Los domingos antes de un festivo son muy movidos. Pero a diferencia de aquel empleo, aquí sus tres hijos le colaboran y le permiten tiempos para descansar como es debido. Hasta la menor, de trece años, conoce lo fundamental de la atención al cliente.

Por ahora los domicilios en La Sevillana los atiende ella misma y cuando le piden desde Bicentenario suelen enviar al domiciliario en moto. 

La meta ahora es crecer. Una buena salsamentaria tiene unas mil referencias de productos, así que tiene margen desde los doscientos que maneja ahora.  “A veces me duele que vienen buscando un producto que yo no sabía que existía”. Eso la obligaría a expandir el local, para manejar el inventario.


“El barrio sigue creciendo y viene la entrega de más urbanizaciones, edificios y casas en Bicentenario. Por eso estoy consolidando mi negocio con el conocimiento que me han dado desde la Fundación Santo Domingo y la verdad voy en buen camino”.

Salsamentaria V.C.

La Sevillana, calle de Megaplaza

318 670 47 17

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Soy Bicentenario 2023

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