Sandra Gallego: educadora desde siempre

La vocación pedagógica le llegó desde el vientre de su madre, una profesora comprometida que murió jóven pero dejó sembrada en ella una semilla que ha florecido en nuestro Megabarrio.

“Lo mío con los niños y el liderazgo empezó desde muy joven, pues las dos cosas siempre las he tenido relacionadas. Eso se lleva en la sangre; mi madre ha sido mi inspiración porque terminó solo la primaria y de adulta era profesora; ¡y muy buena!”. Así lo recuerda Sandra en el apartamento de primer piso de las torres, en donde vive con sus dos hijos y espera que por fin le cumplan la promesa de una vivienda propia.

Su historia comenzó con su familia en la natal Montería: papá antioqueño, mamá costeña y cinco hermanos. Ella, bautizada como Sandra Patricia Gallego Sánchez, fue la hija del medio. Todo marchaba bien, como la vida de una familia promedio de aquella época, hasta que les llegó la noticia que lo cambiaría todo: un diagnóstico de cáncer para su mamá, que luchó dos años pero falleció dos años después, cuando Sandra tenía ocho.

“Mi niñez fue bastante difícil. Yo era la más débil, insegura y enfermiza de los cinco. Mis hermanos me ponían apodos que me hacían sentir mal y mi papá me decía ‘La Negra’. Para mí el dolor más grande era que me dijeran así y ahora, pasados los años, veo lo bonitas que son las mujeres afrodescendientes”. 

Lo que siguió en su vida fue todo lo complejo que pudo ser, pero algo en particular le dejó una huella para siempre: la indiferencia de la familia de su mamá y de la congregación cristiana a la que ella asistía, de las que hubiera esperado mucho más apoyo. Pero fue como si Sandra y sus hermanos hubieran pasado al olvido tras la muerte de su madre, que era Adventista del Séptimo Día, fe que también le heredó a Sandra y que ella sigue profesando con fervor.

“Siempre he pensado que lo que se vive en la niñez se marca en la vida adulta. Desde entonces me dije que cuando fuera adulta, construiría algo y que no sería indiferente con la niñez”.

La semilla había quedado sembrada, pero faltaban otros sucesos en su vida para que se concretara en el rol que hoy tiene en Bicentenario.

Empieza el liderazgo

Sandra creció y cuando cursaba el bachillerato se iba con su hermana a algunos pueblitos para llevarles regalos a los niños. 

Luego formó un hogar. “Me gradué del bachillerato a los diecinueve años con mi hijo Héctor de apenas cinco meses: él nació en julio y yo terminé el colegio en diciembre”. Empezó a estudiar pedagogía infantil pero se mudaron a Apartadó, en Antioquia, y hasta ahí llegó ese camino académico. En Apartadó empezó a trabajar con la alcaldía en un programa llamado PESCO –Programa Educativo Social Comunitario–, con la metodología del Baúl Jaibaná, y en un comedor comunitario. “Recuerdo que ese fue mi inicio en la labor de liderazgo”. 

“El papá de mis dos hijos se fue a trabajar a Panamá cuando María Fernanda, la niña, tenía cuatro años. Se fue con la intención de regresar o de irnos con los niños para Panamá, pero eso no pasó. Conoció una pareja y aunque sí siguió ayudándome con los niños, ya no fue igual que al comienzo”. 

A Cartagena llegaron los tres en 2005 buscando nuevas oportunidades. Se establecieron en El Pozón, donde su hermano Juan, quien es pastor adventista. Allí comenzó a hacer actividades con los niños de la iglesia y a reinventarse en su nueva ciudad. Y entonces vino la ola invernal de 2007 que los dejó sin el hogar que habían empezado a armar. Entraron a la lista de damnificados pero esta es la hora, quince años después, que no les han concretado una solución de vivienda. 

Barrio y vida nueva

Unas nuevas idas y vueltas de la vida, hasta que en 2014 llegaron a las torres de Bicentenario, donde un familiar. Apenas estaban empezando a entregar los apartamentos; Sandra recuerda que apenas había unos tres ocupados y que su familia fue de las primeras en mudarse. 

“Yo llegué con este pensamiento: –Aquí estoy un año y luego me sale mi casa–. Pero llevo nueve años esperando mi casa. Incluso me decían –Siembra jardín– y yo les respondía –Para qué voy a sembrar si en un año tengo mi casa–. De igual forma pienso que donde uno llegue debe apropiarse y construir”.

“Era un proceso de adaptación donde en cada torre vivíamos dieciséis familias. Ahí volví a engancharme con el tema de la infancia. En noviembre empecé a analizar la situación de que los niños iban llegando y no tenía mucho espacio donde socializar y jugar”, recuerda.

“Le envié una carta a la Fundación Santo Domingo donde les proponía trabajar con los niños y hacer actividades en las que se formaran en valores, medio ambiente y sentido de pertenencia. En febrero de 2015 me respondieron y empezamos el programa piloto. Hacíamos las actividades los sábados en la mañana y la respuesta de los niños fue excelente”.

La fundación

Al terminar aquel proyecto piloto surgió la posibilidad de contribuir con la Fundación Mariana Cardona Romero, creada en 2015. 

Mariana hoy tiene doce años y es hija de la abogada Yuranis Romero Baldovino, nativa de Achí y cartagenera por adopción, quien creó la fundación en agradecimiento a Dios por haber podido ser madre tras algunas dificultades.

“Por cosas de Dios, nos presentaron y ambas tenemos la misma vocación de servir, tenemos muchas ideas y proyectos hacia adelante, siempre de la mano y contribuyendo principalmente con la calidad de vida de la infancia, pero también con habitantes de calle y personas de la tercera edad”, dice Yuranis sobre su trabajo con Sandra. 

Antes de la pandemia atendían a más de cincuenta niños, que hoy son poco más de cuarenta. Los apoyan en valores cristianos, medio ambiente y cultura general, así como algunas salidas recreativas, regalos en Navidad y en los cumpleaños de cada trimestre. 

Sandra se sostiene dando cursos académicos, refuerzos y tareas en la mañana y en la tarde principalmente para niños y niñas que están en el sistema escolar, pero en algunos casos para chiquillos que están por fuera del mismo. 

Y no ha dejado de formarse. “Siempre quise estudiar psicología o trabajo social pero me incliné por la pedagogía infantil, que no pude terminar. Estando aquí estudié una carrera técnica en Atención a la Primera Infancia con una fundación que se llama Visión Global. En la pandemia estudié un diplomado en Educación y Pedagogía Infantil, otro sobre estrategias pedagógicas para niños con dificultad de aprendizaje y el año pasado hice otro para cuidadora de niños, certificado por el SENA”.

Le preocupa mucho el entorno que algunas familias le están ofreciendo a sus niños. “Por ejemplo, hay familias en las que la mamá se pone a jugar cartas o está simplemente por ahí y los niños se quedan por acá hasta las diez u once de la noche; no tienen control. Cuando llegamos veíamos a niños en la calle partiendo botellas. El propósito es tratar de que tengan un futuro diferente porque los niños aprenden con el ejemplo y si ven a los adolescentes con una botella se quedan con la idea de que la vida es así”.

Un proyecto de vida

Tras nueve años sigue viviendo en arriendo donde un familiar y en espera de buenas noticias. –Dios quisiera que me den la vivienda en Bicentenario pero en cualquier lugar me sirve–, dice Sandra, quien no solo está amañada aquí sino que encarna un buen liderazgo, que es necesario para que la comunidad avance.

Por eso ha seguido colaborando con diversas iniciativas de la Fundación Santo Domingo, no solo con la infancia sino con el recordado Comité de Culto y en un grupo ecológico.

Sus dos hijos crecieron y hoy son su mayor fuente de felicidad. Héctor Hernández Gallego tiene veinticinco años y pronto va a graduarse como ingeniero de sistemas en la Universidad de Cartagena. También estudió unos semestres en Panamá y se ha enfocado en el diseño de software.

María Fernanda Hernández Gallego tiene veintiún años. Estudió una carrera técnica en recepción hotelera y antes de comenzar las prácticas la llamaron para trabajar en una agencia turística. “Ya estoy tranquila con los dos, no solo por el apoyo económico sino sobre todo moral, porque han salido muy buenos hijos; una bendición que Dios me dio”.

“Ellos tuvieron la suerte de no tener una madre normal: nunca les enseñé a ser vanidosos, a comprar cosas de marca o a sentirse superiores a nadie, pero tampoco inferiores. Les enseñé a amar a los animalitos y al prójimo, a ser bondadosos, a llegar temprano a una cita y meter la basura en el bolsillo y a ser justos en todo”, se enorgullece.

“Mi proyecto de vida no cambia, independientemente de que los hijos se organicen. Me siento joven y sea que me organice con una nueva pareja o no, pienso seguir con mis temas. En la pandemia comencé a escribir un libro sobre la familia y la mujer. Otro proyecto es una fundación para mujeres, especialmente aquellas que padezcan de cáncer y otras enfermedades y me gustaría ponerle el nombre de mi mamá, Estela Sánchez Pérez”.

“A Bicentenario siempre lo he visto con muchos proyectos, es un lugar muy bonito pero aún viviendo bien acá hay muchos que no lo valoran; veo mucha indiferencia, negligencia y falta del sentido de pertenencia. De pronto algunas personas que logran tener su estabilidad son indiferentes a lo que pasa a su alrededor, como quien dice: –Yo no me meto con nadie y nadie se mete conmigo–. Pero es que esto lo construimos entre todos”

“Si me llego a ir de Bicentenario voy a extrañarlo porque tengo proyectos que he hecho aquí y las cosas que construí. Sería mentira si digo que no”.

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Soy Bicentenario 2023

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