Tejedoras de vida
Habrá quienes vean el oficio de tejer y de hacer muñecas de trapo como un oficio menor, pero dos mujeres de nuestro megabarrio nos muestran dos caminos distintos para llegar a una vocación y a una valiosa fuente de ingresos.
Agnes del Carmen Romero Sierra
La verdad por delante: a Agnes no le gustaba tejer.
“En el colegio nos ponían a tejer adornos. Mi papá me compraba la lana y como a mí no me gustaba esa labor, le daba la bolita a una compañera que me hacía el tejido. Luego yo se lo mostraba a la profesora para la calificación y cuando nos mandaban a hacer otro tejido desbarataba el anterior y le volvía a dar la bolita de lana a la compañera para el siguiente proyecto y sacar buena nota. Por supuesto nunca pensé que iba a vivir de eso y sacar a mi familia adelante”, nos cuenta en su casa del megabarrio Bicentenario.
“Antes vivíamos en el barrio Fredonia, en Olaya. En Bicentenario vivimos hace doce años y estoy feliz porque es un barrio muy bonito y bien organizado; tenemos todos nuestros servicios, es tranquilo y sobre todo porque esta es mi casa propia: en Fredonia duré arrimada donde mi suegra por más de quince años así que llegar a lo de uno era mucho más que bueno”, nos cuenta en medio de sus artesanías.
Resulta que en el bachillerato, aunque no quisiera, los tejidos artesanales le ayudaron a salir adelante. Tenía la necesidad de ayudar con el transporte y la merienda, para no recargar a su padre, que fue la figura fundamental de su infancia. Una tía era buena artesana pero no sabía enseñar. Ni poquito. “–Es que a mí me da rabia cuando no me entienden– me decía. Y yo le respondía –No importa, enséñeme–. Ella me preguntaba –¿Y usted me va a perdonar cuando le diga bruta. Es que yo no tengo paciencia para enseñar–”.
En medio de los rigores de la tía, Agnes comenzó a aprender. Primero con mochilas tejidas. “Ella me regaló una de las suyas; la llevé para el colegio y la vendí; con esa plata compré hilo e hice otras dos mochilitas; las vendí y de nuevo compré más hilo, así fui surgiendo”, relata.
Y de ahí siguió derecho: ropa infantil, y para adultos, cojines y otras producciones en las que duró unos ochos años, hasta que la venta fue bajando y además estaba cansada. Se dijo que tenía que hacer otra cosa y se decidió a hacer muñecas, sin saber hacerlas ni cómo le podría ir con eso. “Entonces me decían –El problema no es vender la primera muñeca, que esa se la vendes a cualquiera, sino seguir vendiendo después–”.
Ella veía sus muñecas muy feas, con los ojos fuera de lugar y cosas así. Pero igual la invitaron a una feria. La sorpresa es que la gente veía belleza donde ella veía defectos.
De ahí en adelante fue mejorando la técnica y empezó a ganar premios y convocatorias a subsidios para microempresarios, como las del Departamento de Prosperidad Social, el PNUD o Acción Social. “Yo siempre iba prosperando porque no solo se trataba de que me dieran una maquinita o un material, sino que el tema era avanzar en el negocio”.
“Para comenzar: hay que conseguir buenos clientes y si toca trabajar de amanecida para cumplir y sostener el hogar, pues hay que hacerlo. Un pedido grande que tuve fue con el almacén El Golazo: ochocientas muñecas. Yo no sabía por qué un almacén me pediría tantas muñecas, pero sí la diferencia de precios de un comercio así, que se dirige a otra clientela. El gerente me dijo que no me las podía pagar al precio que yo pedía porque lo artesanal cuesta más. Pero en cambio me propuso cambios para adaptarla a su mercado: telas más baratas, menos detalles y más pensado para que la usaran las niñas”, explica.
Toda la familia se puso a trabajar y al cabo de un mes tenían las ochocientas muñecas para El Golazo, que luego le siguió haciendo encargos. También tuvo contrato con el Palacio del Bebé, con ropa tejida para bebés, pañaleras, canastillas. Hoy sus productos se siguen vendiendo en Las Bóvedas y le hacen otros encargos, como uno reciente de muñecos para trabajo terapéutico con niños.
“También hay que saber diversificar y estar atento a las temporadas y las fechas especiales, como el Día de la Madre. Por eso cursé un técnico en el SENA donde aprendí collares, pulseras y aretes que son productos que salen bastante para vender afuera porque es un trabajo como de joyería, pero no con materiales económicos y artesanales”.
“Esto no es que sea fácil, pero sí se puede, y hay mercado para todos; la clave es hacer las cosas con amor y no gastarse el capital, que es sagrado: si vendes una muñeca compras el material para hacer dos o tres muñecas más; si sabes invertir puedes triunfar. Si tienes cinco mil pesos y haces una muñequita le sacas diez mil; compras material y vuelves y haces más, y vuelve y saca”, explica.
Agnes, como casi todos, tuvo que lidiar con el bajón en ventas que significó la pandemia por Covid 19. “Tenía una microempresa grande y bonita, muchos de mis productos se vendían. Con la pandemia tuve que bajar un poco, pero tenerla fue fundamental para sobrevivir”.
“Hacer muñecas sí genera ingresos. Yo levanté a mis hijos con eso y todos son unos profesionales”. La mayor, Yarley del Carmen Herrera Romero, es profesora. Y los dos siguientes –que tuvo con su compañero sentimental, el soldador Rogny Cuadro– son Aura Milena Cuadro Romero, trabajadora social en el colegio Gabriel García Márquez y el ingeniero Cristian David Cuadro Romero.
A diferencia de su tía, Agnes tiene toda la voluntad para enseñar lo que sabe y ya lo ha hecho de manera gratuita con madres cabeza de hogar y adultos mayores. “Algunas veces la Fundación Santo Domingo me lo ha solicitado: ellos me dan el material y yo les enseño a mis vecinos sin cobrar un peso, porque la idea no es que yo sola salga adelante, sino que todos salgamos juntos”.
Contacto: 316 671 95 13
Maribel Arrieta Orozco
Maribel, en cambio, aprendió bastante mayor, hace unos tres años, obligada por la necesidad.
Ella es oriunda del Carmen de Bolívar, donde vivió toda su vida y fue tres veces presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio La Esperanza. Hace ocho años llegó a vivir de alquiler en San José de los Campanos. Unos meses antes de que el Covid 19 detuviera un poco el mundo, a Maribel le gustaron unas muñecas que hacía una señora en el barrio y que le parecían perfectas para sus nietas.
Dos veces por semana sacaba el tiempo y el dinero para pagarle las clases a la vecina. Por aquel tiempo también se dio la mudanza a la manzana 72 de nuestro megabarrio y la circunstancia de que nadie la contrataba para hacer aseo porque le dolían las piernas y las rodillas.
Aprendió bien el arte. Al punto que en el encierro por la pandemia empezaron a llegarle encargos: pocos pero iban creciendo. Maribel sentía que muchas veces era más por colaborarle, pero igual a un pedido le seguía otro. “Yo le decía a Jehová que esto fuera algo bueno para mi vida y mi futuro, para desempeñarme en algo pues nadie me contrataba para los aseos”.
Las primeras muñecas las cosía a mano y le quedaban bonitas, como si fueran hechas a máquina, pero era demorado. En algún momento le llegó un buen encargo para enviar muñecas a Bogotá y al mismo tiempo una vecina estaba vendiendo su máquina. “–Deja que venda estas muñecas para comprártela– le dije. Y así fue. Es de segunda pero no importa, está bonita y me ha sido de una utilidad grande porque así me rinde más. Con la máquina ya hago dos muñecas por días, porque me sirve para hacer la figura. El relleno lo hago aparte, igual que las trenzas, todo eso a mano y ¡también las pinto yo misma!”
La artesanía la ayudó a recuperarse, no solo en lo económico sino de una cirugía compleja en las rodillas, que la obligó a andar en muletas por un tiempo y luego en bastón.
Un canal importante de encargos ha sido el digital, pues su hija publica las muñecas por Facebook y Whatsapp. Aparte los encargos de los conocidos y familiares suelen resultar en nuevos encargos de otras personas.
“Hace cinco días me encargaron diez, ya entregué seis y me quedaban cuatro, pero un señor vino temprano y se las llevó. Tengo otras cuatro encargadas por una conocida de mi nieta que las quiere para que sus niñas jueguen”, nos dice.
Vive con su hijo, así que su yerna suele colaborar con el oficio mientras ella está dale que dale a la máquina y las muñecas. “De esto sí se puede generar ingresos: la clave es ponerle amor y paciencia al emprendimiento, que después lo económico llega”.
En el camino ha aprendido a hacerle variaciones a las muñecas y ya puede recibir encargos en los que le piden algunos cambios específicos. También quiere aprender a hacer otro tipo de artesanía y en particular, aprender a tejer.
Por el tema de las rodillas no se ha dedicado al liderazgo comunitario que ejerció tanto tiempo en su tierra natal, pero que implica mucho movimiento físico.
Pero sí le ha sacado tiempo al estudio, pues estudiando los sábados hace dos años logró terminar el bachillerato, mediante las pruebas del ICFES. “Quiero estudiar en la universidad; si me dan el ancho me meto y en el nombre de Jesús quiero estudiar y graduarme”.
Contacto: 324 388 51 79
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