Un artesano transformado

Mario Enrique Torres Pedroza llevaba diez años vendiendo artesanías en Bocagrande. No le iba mal, pero sentía que debía buscar otro camino. Un día botó a la basura la tabla con sus productos. Oró: –Señor, ábreme una puerta de empleo–.

“Antes mi vida había sido un desastre: estaba en las pandillas, drogas, atracador y todas estas cosas. Pero luego me predicaron la palabra del Señor: ahora tengo quince años de ser cristiano y de haber salido de ese mundo”, dice en la casa donde vive y tiene el taller, en una esquina de la supermanzana 71.

“Aquella vez me iluminó para ir a venderle al por mayor a los almacenes y no en la playa. No sé si muchos lo van a entender, pero Dios me sacó de ahí. En la playa vendía mis artesanías de 2.000 o 2.500 pesos y hacía hasta cien bandejas. Al por mayor ahora los vendo a seiscientos, pero acá he aprendido a tener más control en las finanzas”.

“El tema de las artesanías me viene de familia, con mi abuelo y mi tío. Yo hago llaveros en concha de caracol, caracuchas, pescaditos, tortugas y más cosas como lámparas, collares, manillas y figuras decorativas”. Junto a él, ocupando el primer piso de la casa, están su esposa Heidi María Murillo Blanco, y otras mujeres del barrio. Trabajan de manera diligente y discreta para sacar adelante un pedido de seis mil llaveros. Es temprano y arriba su hijo Joel David, de once años, aún duerme.

Mario Enrique llegó al barrio hace cuatro años porque lo invitaron a predicar. “En Bicentenario me ha ido mejor y la vida ha sido diferente; acá hay más privacidad y tranquilidad; estoy prosperando y dirijo una iglesia cristiana evangélica. Predico en el bohío de la supermanzana 76A: allá barro, trapeo, colocamos las sillas y hacemos el servicio tres veces a la semana”.

“Me hacen pedidos en almacenes del centro de Cartagena, en Santa Marta y San Andrés. Para sacar un pedido así trabajan conmigo unas diez o doce personas. Uno lava el caracol, otro pinta, otro aplica el brillo y así sucesivamente. Cada quien hace su labor y gracias a Dios es una fuente de empleo para los hermanos de la iglesia y personas que vienen de afuera, yo les pago a ellos por producción y gracias a Dios me queda algo para mí”.

En el patio almacena conchas y caracoles. “Esta conchita de almeja la compro en la Guajira; me la mandan en un bus y la recojo en La Sevillana. Los caracoles los mando a buscar en Albornoz donde los pescadores le sacan la carne para mariscos y me venden la cáscara. Sin esto no se puede producir; hay momentos en que quedamos sin nada y me toca hacer llamadas, buscar y salir para tener la materia prima. Este es el sustento para pagar arriendo, alimentación y servicios. El resto de materiales son el porcelanicron, herrajes, vinilos, brillo, laca y algunos otros. Todo eso lo compró en Bazurto o en el Centro, donde esté más económico”

Su visión es enseñar a otros para que en un día puedan independizarse, como ya lo ha hecho con algunos. “Esto es una fuente de empleo para el sustento de muchas familias como la mayoría de los que están aquí. Incluso hablé con los pelaos de las manzanas 75B y 76B, que están en un conflicto de pandillas, para hacer un taller. Ellos aceptaron, pero no tuve el apoyo de un local o un lugar para llevarles este material y que ellos puedan salir de esa vida en la que están. Si yo pude salir de esa vida, ellos también. Que el tiempo que están en las calles peleando lo dediquen en un espacio donde sus mentes sean transformadas y puedan ayudarles a su familia”.

Con ese propósito y el de crear un comedor infantil está constituyendo una fundación llamada ‘Rescatados por el poder de Cristo’, que es el mismo nombre de la iglesia: “los estatutos ya están autenticados y registrados y estamos en proceso para la personería jurídica”, dice Mario Enrique.

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Bicentenario

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