Entre los deditos de que soy el liderazgo comunitario

Se enamoraron en Olaya Herrera trabajando por sus comunidades. Han pasado veintidós años, cuatro hijos, un nieto, muchas iniciativas sociales y los infaltables fritos que les han provisto el sustento cuando las cosas se han puesto más difíciles. 

Él se llama José Alfredo Mercado Sincelejo, pero le dicen José ‘Deditos’: no le molesta sino que lo toma como una seña de identidad. Nació en Palitos, Sucre, pero desde los siete meses se crió en el sector Playa Blanca, de Olaya Herrera. Ella se llama Yesmin Piñeres Simanca y creció en el mismo sector. Desde muy jóven se inclinó por el trabajo por el barrio. Hacía parte de la Junta de Acción Comunal y coordinaba los grupos deportivos.

Estando en esas, hace veintidós años, se conocieron con José Alfredo. Él era líder y bailarín en grupos de danza. En parte eso fue lo que enamoró a Yesmin: “era bueno bailando, muy participativo y una persona que se hacía querer” señala. Empezaron una relación y hoy comparten sus vidas al lado de sus cuatro hijos: Ana de Jesús, de 22 años; Alicia del Pilar, de 18; Esteban David de 15 y el último, José Alfredo, que cumplirá 12. Hace dos años se sumó su primera nieta. 

En el año 2000 Yesmin inició el negocio de los fritos estando embarazada de su primera hija, vivían en la casa de los padres de José; ella hacía deditos y los vendía en la calle, mientras él se iba a trabajar como carpintero de obra civil. Los fritos eran el ingreso adicional del hogar. Más tarde José aprendió a preparar los deditos y alternaba el negocio con su trabajo. “Así pudimos responder a un contrato con quince hogares de bienestar familiar en nuestro sector y empezamos a rebuscarnos”, menciona José. 

En el 2010 José abandonó el trabajo de construcción. Después de que un trabajador se accidentó en una construcción en El Laguito. Para ese entonces las normas del gobierno comenzaron a exigirle a los contratistas el pago de la seguridad en el trabajo (ARL); las ganancias eran menores y empezaron a transferirles esa diferencia a los trabajadores, según relata José. Llegó el momento en que no le salían las cuentas: entre transporte, alimentación y descuentos en la nómina se le iba un pedazo muy grande del salario. Entonces se decidió a dedicarse por completo al emprendimiento familiar. “A veces siento ganas de volver, pero con los fritos nos hemos mantenido once años”. 

De Olaya a las torres

Llegaron a Ciudad del Bicentenario porque la Red Unidos los incluyó en el proyecto de vivienda gratuita; José no era muy creyente, pero Yesmin hizo toda la diligencia. Después de varias visitas de la asesora, en la que les hacían acompañamiento a sus procesos y a la educación de sus hijos, le entregaron fecha de entrega para su casa y se mudaron a las torres de Ciudad del Bicentenario.

“Estaba muy contenta porque no tenía vivienda propia, vivíamos donde mi suegro. Aunque fue un cambio brusco porque allá tenía mi espacio de trabajo. Cuando llegamos teníamos monte alrededor y poco a poco fue llegando la comunidad”, señala Yesmin. Viven en la torre 22 de la manzana 76A. “La diferencia entre Olaya Herrera y Bicentenario es la infraestructura urbana. Allá cuando llovía teníamos que pisar barro, no había zonas verdes, el diseño urbanístico es desordenado. Acá todo está organizado”, menciona José, quien ha podido, junto a su esposa, organizar su hogar y mantenerlo en marcha. 

Sin embargo, ambos coinciden en que la problemática social es la misma: el desempleo, la violencia, la drogadicción. Han tenido inconvenientes por el mal uso de algunos espacios y han trabajado en hacerle ver a la gente que las zonas son comunes; José explica que muchos se adueñan de ellas porque no están acostumbrados a vivir en comunidades horizontales. 

En Ciudad del Bicentenario los dos entraron a grupos de liderazgo. Yesmin se reunía con la comunidad para mantener limpio el espacio y controlar el tema de las basuras; José se unió al comité empresarial de la Fundación Santo Domingo y ambos participaron en el comité de administración, donde Yesmin fue secretaria. Sus gestiones y las de sus compañeros, lograron unir a las tres manzanas para conseguir que la constructora reparara las zonas comunes que habían sido entregadas con falencias. “Además conseguimos que nos acondicionaran los espacios y los entregaran legalmente al administrador que estaba de turno”, asegura José. 

Una labor agridulce

Actualmente el sector no cuenta con administración. “Ese tema ha sido difícil de manejar con la comunidad porque no entienden la importancia que tiene esto. Al venir de unos barrios donde cada quien hace lo que quiere, cambiar el chip es duro; intentamos organizarnos y motivarlos a pagar ese servicio, pero muy pocos lo hicieron” cuenta Yesmin, quien también trabajó como líder de Familias en Acción, pero se retiró para dedicarse de lleno al negocio de los fritos. 

“Tener un buen diseño urbano ayuda, pero lastimosamente la gente que vino acá no está acostumbrada a este tipo de espacios. Hemos tenido muchos inconvenientes por una cantidad de espacios ociosos a los que los vecinos le dan mal uso. Como somos propiedad horizontal, nos toca pelear porque las zonas verdes le pertenecen a todo el conjunto, no solo a la persona que vive en el primer piso. Hay muchos que se adueñan del espacio y hacen lo que les da la gana con él, entonces es una pelea constante”.

José estudió un diplomado en liderazgo en la Universidad de San Buenaventura que le ayudó a manejar el tema de la convivencia en la comunidad. Luego participó 3 años en el consejo de administración del barrio, pero se hizo a un lado, cansado porque sentía que la gente no valoraba ese trabajo. “Cuando estuvimos en ese proceso tuvimos una administradora, ahora no la hay. Algunos se hacen llamar líderes, pero destruyeron todo lo que habíamos logrado”, se lamenta. 

La pareja coincide en que trabajar con la comunidad no es tarea sencilla. “Queríamos enseñar a las personas con el ejemplo; nos reunimos para hacer tertulias y nos catalogaron de guerrilleros y extorsionistas. Ese proceso estuvo en la fiscalía, aunque el problema era directamente con una sola persona y ya se solucionó”. 

A pesar de esos inconvenientes, José y Yesmin aman trabajar por su comunidad. Hoy ambos colaboran con la Fundación Abrazando Esperanza. “Trabajamos sin sueldo, es una labor comunitaria en la que realizamos actividades recreativas, educativas, donaciones escolares, campañas de salud, ecológicas, vacunación y seguridad. Estamos gestionando un comedor comunitario, porque los niños ya no reciben almuerzo en el colegio, como sí pasaba antes de la pandemia”, asegura Yesmin. Ese comedor que proponen funcionará en la manzana 75A, donde consiguieron un espacio y están a la espera de la visita del Banco de Alimentos para la dotación. 

José reconoce que una de sus fortalezas es su gusto por el trabajo en equipo y la buena relación que mantiene con sus compañeros de lucha. “Me gusta que las cosas se hagan en unión porque eso da más fuerza. Trabajé con la señora Blanquicet, que sigue activa en la Fundación Santo Domingo; con el señor Orlando de la Rosa, una gran persona que nos enseñó a ser líderes; con Lorena González que también hizo parte de la fundación; con Benito Montero y Noemí Cárdenas”, señala, sintiéndose orgulloso de sus compañeros.

Dos décadas fritando

Su negocio lleva por nombre “La Empanada de Yesmin y el Dedito de José”. Antes estaban ubicados en una esquina del barrio, expuestos al sol y la lluvia, pero hoy funcionan en un local de la manzana 76A. “Llevamos tres años en este local donde también funciona el negocio de mi vecina Enid. Ella se encarga de los almuerzos y nosotros, de los fritos. Vendemos deditos solo en la mañana, de lunes a domingo; algunos días se vende más que otros y para fin de mes se incrementa más la venta”, asegura José. 

Yesmin es la encargada de hacer las papas, las carimañolas y de vez en cuando, las arepas. De la preparación de los fritos y los deditos, se encarga José, quien también frita todo. Su fuerte además de los deditos son las papas con queso, pueden vender hasta cien en un día, y antes de la pandemia ciento cincuenta y hasta más. “En la pandemia nos fue mal, pero ya nos recuperamos”, dice José, quien asegura que la receta secreta de sus deditos nunca será revelada. 

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