En la sala de GEO

Geovani María Herrera Castellar es una de las vecinas más antiguas y con más liderazgo en Ciudad del Bicentenario. La adversidad la hizo más fuerte. Y aunque ha cumplido sus metas, ahora va por más.

Su vida es como una novela con final feliz. Nació de una manera muy inusual: en un bús que iba de San Juan Nepomuceno a Cartagena y que su papá había contratado como expreso por la urgencia del parto. Pero tuvieron que parar en Gambote, donde ocurrió el parto. Venía en mala posición y al momento de traccionar para sacarla del vientre de su madre le rompieron los ligamentos del brazo izquierdo, que ya no tuvieron solución en el resto de su vida.

Pero lo peor fue que su jóven madre, Emilse Castellar Castellar, sufrió secuelas que le causaron la muerte siete meses más adelante. En medio de esas circunstancias su padre, Francisco Herrera Cervantes, la dejó a cargo de una tía suya y se marchó con rumbo desconocido. Geo fue la única hija de esa pareja que, hasta donde supo, fue feliz. 

Geo, tan bebé, creció en un buen hogar de cinco hijas que hoy son como sus hermanas. Sabía de la muerte de su mamá, pero pasó la infancia preguntándose por ese padre que se había ido. Su familia materna la reconocía, la quería y estaba pendiente, pero vivían en San Juan Nepomuceno, por lo que las visitas eran esporádicas. Su tía, María Teresa Cervantes Ortiz, era una mujer amorosa que recogía gallinas, pavos y patos en los pueblos de la región y se sentaba a venderlos al lado de la torre del Reloj, en el Centro, donde tenía clientela fija.

Así, Geo estudió y creció en Arjona como cualquier hija de vecino. Hasta que a los doce años un tramitador que trabajaba en la frontera con Venezuela fue a visitarlos. Hablando de esto y aquello llegaron al nombre de Francisco, el padre ausente. –¿Pacho? ¡Ombe, Pacho está viviendo en la frontera con Maracaibo!–, les dijo. Le mandaron razón: que se acordara que tenía una hija de doce años en Arjona. Y le mandaron fotos

Francisco apareció de improviso unas semanas después. “Yo siempre guardaba esa esperanza de conocer a mi papá. Regresó para ser papá y mamá. Volvió solo y destruido porque nunca se formalizó allá, ni tuvo cabeza para nada; no tuvo hijos, pareja, ni más nada. Después iba y venía de Venezuela, pero ya nunca más me desamparó”. Geo era muy feliz de tenerlo a su lado.

Pero algunos años después la desgracia llamaría dos veces a su puerta. Su padre le había dicho que el día en que se ganara un chance era para morirse. Geo se lo tomaba a broma, pero a sus diecinueve años ocurrió: un jueves comenzando corraleja su papá se ganó el chance y desde entonces se puso a beber. Murió el lunes, dormido en su cama, por una cirrosis hepática aguda. Tenía cuarenta y seis años.

Y le faltaba otra pérdida, que a su vez le trajo otras más. Su tía María Teresa, la que la había criado, fue diagnosticada de cáncer. Duraría seis años más, pero en ese momento no lo sabían y el pronóstico era grave. Preocupada por el futuro de Geo se la encargó a un tío materno, para que la ayudara a salir adelante. –Hasta aquí llegó mi labor, ya no te puedo dar más, ya eres adulta: lucha por ti–, le dijo. 

Así resultó Geo, a los diecinueve años, sin los dos grandes apoyos de su vida, comenzando un largo camino entre Arjona y distintos barrios de Cartagena: le ayudó a su tío, uno de los fundadores de San José de los Campanos y quien vendía lotes allí; fue vendedora ambulante y de cosméticos puerta a puerta. Pero más importante que todo eso: tuvo una escuela de preescolar en Arjona, lo que le reafirmó una vocación que sentía de tiempo atrás.

“Duré un año con el preescolar, por cosas de la vida tuve que quitarlo y retomar de nuevo a Cartagena. Ahí nace mi primera hija, Yurani Sofia Garrido Herrera, en La Campiña donde vivimos dos años con mis abuelos maternos. Hasta que me independicé. En esa época hacía refuerzos escolares en mi casa o iba a la casa de los niños”, recuerda.

Nace otro sueño

“En ese trance siempre pensaba que a mi tía le tocó vivir mucho en arriendo. Y desde muy joven decía que no me quería quedar en mi pueblo, Arjona, porque lo veía como sin futuro”. Tenía claro que quería tener su casa propia. Y sin tener un peso, pero sí la visión empezó el camino. Averiguaba por proyectos, hizo su ahorro programado, pero no se le daban las cosas. Pasó papeles para Ciudadela 2000 y para Bonanza, pero en ninguno salió elegida.

Pasaron los tiempos y nuevamente: –Mira, que allá en el Bosque está la Fundación Santo Domingo, ellos prestan dinero para los negocios, pero también van a tener un proyecto de vivienda que se va a llamar Ciudad del Bicentenario. ¡Vamos, no perdemos nada con ir!–, le dijo una vecina de Altos de San Isidro, donde vivía entonces.

Las cosas en San Isidro no estaban bien: cuando llovía a veces el agua le llegaba hasta las rodillas. Sin embargo, orando en la iglesia Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, donde asiste hace veinte años, consultó qué podía hacer. “Allá practican el don de la profecía y en el mensaje que Dios me mandó es que tenía que esperar ahí, que no me podía mudar pasara lo que pasara”.

A los tres meses la llamaron para recordarle la cuota inicial, que era de tres millones y medio. “Le dije a mi asesora: –La verdad en este momento no los tengo, pero por fe los voy a tener—”. Abrió la cuenta de ahorro programado, un requisito necesario, con veinticinco mil pesos que tuvo que rebuscar. “Yo me dije –No tengo los tres millones y medio, pero sí la cuenta abierta. Algo es algo–”. 

Y entonces pasó algo que no hubiera querido que ocurriera: murió el abuelo materno y sus tíos obraron correctamente al dejarle la parte de la herencia que le correspondía a su mamá. Con eso pudo pagar la inicial y le quedó algún dinero más.

“Me entregaron la llave el 17 de diciembre del 2011. Ese día no me quería ir; pasé todo el día en la casa, feliz porque era un sueño hecho realidad. Hubo que hacer unos ajustes y nos mudamos con todo el trasteo el 2 de enero del 2012”.

Geo vive en el sector de casas de un piso, de las primeras que se entregaron. Tiene la casa bastante mejorada, con una sala muy agradable, que es donde charlamos. Nos cuenta que las baldosas de piso y cocina le resultaron de una iniciativa de Corona en la que salió beneficiada. Y que del resto ha ido saliendo de a pocos, entre el apoyo de algunos vecinos y esfuerzos propios.

Metas en colectivo

El liderazgo le había nacido en otros barrios pero aquí se le reafirmó. Geo comenzó en el comité de Infancia y ayudó a la organización del barrio, que ahora está en manos de la Junta de Acción Comunal, donde hace parte del comité de Educación. Entre sus responsabilidades estuvo seguir de cerca el desarrollo de los colegios Jorge García Usta y Gabriel García Márquez. 

Su mayor sorpresa fue que las voces de los líderes barriales fueron tenidas en cuenta para el diseño final. Pone como ejemplo la accesibilidad para estudiantes en sillas de ruedas o los baños en los salones de preescolar, para que los más pequeños no se mezclen con los más grandes o la profesora no tenga que salir del salón mientras acompaña a un niño.

En la sala de GEO

Hoy hace parte de la veeduría del CDI Aeiotú, pero su mayor preocupación es la problemática de los jóvenes. Para comenzar, el escaso apoyo que algunas familias les brindan para que progresen. “De cien padres de familia la mitad les dice a sus muchachos: –Tú verás qué haces, porque yo no te voy a dar plata para estudiar; si mis papás tampoco me dieron estudios a mí. ¡Ponte como tú quieras!–. Entonces desde muy niños se dedican al ocio y dicen que no tienen el apoyo necesario”.

“Hay que mirar muchos aspectos de por qué ese joven hoy en día no está estudiando y no es un técnico o un tecnólogo. Si acá tenemos dos infraestructuras como la del Gabriel García Márquez y el Jorge García Usta podemos hacer como hizo un colegio de la Perimetral: convenios con el SENA y las universidades y que los sábados los jóvenes utilicen esa infraestructura para profesionalizarse, ya sea como técnicos o tecnólogo”. 

Y otro paso más

A sus cuarenta y nueve años Geo está tranquila: su hija tiene veinticuatro años, hizo su hogar y le dio su primer nieto, Ángel David, de cuatro años; su hijo, Marlon David, vive aún con ella y estudiando Ingeniería Industrial en la UniColombo; la casa está bonita, aunque siempre habrá algo más que hacerle.

Pero no se quiere quedar ahí. “Crucé otro peldaño: el 14 de enero de 2014 me gradué de Tecnología en Promoción Social, en el Colegio Mayor de Bolívar, mediante una Beca Bicentenario, de la que fui beneficiaria. Ahora estoy en el proceso de hacerme profesional, en un convenio con la universidad Rafael Núñez para graduarme como Trabajadora Social. Ese es uno de los retos de mi vida que me gustaría culminar y de ahí seguir sea con magister o un doctorado, hasta que me alcance la fuerza”. 
“No pienso parar porque les quiero demostrar a mis hijos que no hay impedimento, aunque a veces la sociedad margina y discrimina. Yo fui una de esas; cuando fui a buscar mi primer empleo me impactó que la jefa cuando me vio físicamente me dijo que así no le servía. ¡Tan fácil verme y así no más decir que no le sirvo! Les digo que eso no es impedimento y que ellos tienen la oportunidad de tener todos sus miembros en perfecto estado; y que también la de estar en este barrio con las becas, subsidios y muchas cosas por agradecer. Mi familia dice vivo muy lejos, pero a mí no me gusta contender con nadie y les digo que me gusta vivir acá donde soy feliz, nadie se mete conmigo y me quieren mucho”.

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