Reciclador por vocación

Hace muchos años Manuel Isidro Gándara salió de Corozal como desplazado por la violencia, sin futuro a la vista y sin un peso en el bolsillo. Hoy es un líder experimentado en el campo del reciclaje, que tiene en la cabeza datos, ideas y propuestas que pueden ayudar.

“Al llegar a Cartagena dormía en los andenes, no tenía nada, estaba totalmente desubicado, no conocía a nadie. En 2007 empecé a vivir en El Pozón, donde conformamos una cooperativa de aseo y reciclaje junto a otros ciento cincuenta desempleados. Más adelante hicimos un subcontrato con la empresa LIME, que nos daba cinco millones de pesos al mes por recolectar la basura y llevarla a cuatro puntos estratégicos, donde los camiones la recogían y nosotros nos quedábamos con el reciclaje. Cuando iniciamos teníamos uniformes totalmente amarillos y nos decían los ‘pollitos’”.

Luego –cuenta Manuel– la empresa les retiró ese contrato y tuvieron que cambiar de camino: “Empezamos entonces con el reciclaje en la fuente, es decir, vivienda por vivienda. Logramos sensibilizar sobre la importancia del reciclaje a los cuarenta y dos sectores del barrio: íbamos puerta a puerta, entregábamos folletos, invitábamos a la gente a separar la basura del reciclaje”. 

“Después de una inundación en El Pozón fui reubicado y llegué en 2012 a Ciudad del Bicentenario. Aquí también soy líder de 180 familias víctimas del conflicto armado. Vivimos mis dos hijos y mis tres nietos”. Con ellos, un lorito que lo acompañó en la entrevista subido a su hombro.

“Cuando llegué a Ciudad del Bicentenario no había ningún otro reciclador. Me di cuenta de que la cantidad de material reciclable era casi la misma que se sacaba de El Pozón. Yo buscaba la forma de que ese material se reutilizara. Comencé sacando cuatro tulas, reciclando tres veces a la semana; 250 kilos por un lado, 150 kilos más por el otro, además de los 300 o 400 kilos de chatarra”. 

“Luego empecé a sensibilizar a la gente, les explicaba la labor del reciclaje, por qué lo hacía, que no era una persona desempleada ni del montón sino que ese era mi oficio. Aquí conformamos luego la Asociación de Recicladores del Bicentenario (Asorebic), que nació de un proyecto que tenía en mente hace rato. La Fundación Carvajal inició apoyándonos con cuatro días de trabajo, a cincuenta mil pesos por día y nos pusieron las primeras vacunas a las cinco personas del proceso inicial”. 

Un solo acopio

Cuando se habla con Manuel se nota que lleva mucho tiempo madurando sus ideas y que en la cabeza tiene un modelo de varias capas en las que unas cosas se conectan con otras. Tiene una visión de lo que se podría hacer y que en esta página apenas se alcanza a bosquejar. La cuestión está en saber si los demás actores e instituciones captan el engranaje y si todo lo que razona se puede llevar a la práctica en tiempos prudenciales, con costos razonables y con un consenso amplio entre autoridades, empresas, comunidad y los propios recicladores.

“La idea desde Asorebic es eliminar los doce puntos de basura que hay en Ciudad del Bicentenario y que el camión llegue a un solo punto, así evitamos que se sigan destruyendo las calles por el peso que lleva”. 

“Por otro lado, en Ciudad del Bicentenario necesitamos un punto de acopio para el procesamiento de la basura, quizás unos trescientos metros en el perímetro urbano. Así, la basura no se iría con Pacaribe, sino que la recogeríamos nosotros y llegaría hasta el centro de acopio para convertirla en abono orgánico que compraría el EPA Cartagena, para generar gas natural. Nuestra asociación subcontrataría con Pacaribe el barrido de calles y ese sería otro fondo directo. Con esto tendríamos un mejor esquema de seguridad ambiental y una disminución del treinta por ciento en el recibo del agua, porque ya no existiría el pago de basuras”. 

“En ese centro de acopio les enseñaríamos jardinería a los vecinos; cómo plantar los arbolitos, cómo convertir la basura en abono orgánico. Le daría empleo a la misma comunidad; podríamos venderle al EPA la arborización que necesita para sus proyectos como cubrir carreteras donde la gente no puede parquearse ni sentarse a esperar un bus porque el sol es muy fuerte y no hay árboles ni sombra”. 

“Llevo casi dieciocho años siendo reciclador y tengo experiencia en este tipo de procesos. Por ejemplo, el centro de acopio, Cartagena Amigable, ubicado en el barrio 7 de Agosto es resultado del trabajo de Asorebic, en Ciudad del Bicentenario”. 

Más reciclaje, mejor pagado

Manuel explica que cada vez crecen más los materiales que se reciclan. La basura propiamente es apenas una fracción del total que la gente bota. “El cartón de huevo y el Tetra Pak, que son las cajitas de jugo y leche, antes se botaban, pero ahora se reciclan. Tetra Pak habló con la Fundación Santo Domingo y con nosotros para recoger ese material y entregarlo en buen estado y nos lo pagarán a 150 pesos el kilo. El pet, que es el material de las botellas de gaseosa, ahora vale 800 pesos el kilo. Cuando comencé a vender la pasta estaba a 300 pesos, hoy en día el kilo vale 1.200. El hierro o chatarra costaba 100 o 150 pesos y hoy vale 600 pesos el kilo”.

Botellitas de amor

Los estudiantes de los colegios Jorge García Usta y Gabriel García Márquez pronto se podrán sumar a los miles que en toda Colombia están recolectando plásticos que en lugar de ir a los vertederos se convierten en parques públicos y casas como las que hay en Ciudad del Bicentenario.

El antioqueño John Berrío López, quien hace veintitrés años trabaja en reciclaje, es el líder de Botellitas de Amor, una organización sin ánimo de lucro. Por estos días visitó las casas que la empresa cartagenera Esenttia construyó en nuestro barrio con los perfiles de plástico que su organización produce a partir de plásticos caseros, envolturas de alimentos y plásticos de uso industrial. 

La idea nació hace diez años en un contexto de escasez de plástico en el mercado, junto al alza del petróleo y el dólar. Fue entonces que John se encontró con el ecoladrillo; una botella rellena de plástico, papel, tela y cartón de cigarrillos utilizada como una especie de ladrillo para construir los muros de algunas casas en barrios populares. “Era como un relleno sanitario dentro de una botella”, expresa John. 

Botellas por miles

Un gran porcentaje de lo que la gente introducía en las botellas era justo ese plástico que tanto escaseaba en ese momento. De ahí nació el concepto y evolucionó hasta construir los paneles y perfiles con los que se hacen los parques -que ya superaron los veinte mil- y las casas.

Empezaron a recorrer instituciones educativas del país. Los primeros en sumarse fueron setecientos niños de un colegio en San Francisco, Cundinamarca. En apenas cuatro meses recogieron 6.600 botellas que pesaron 3.3 toneladas de plástico. Desde entonces los niños y los colegios son un núcleo esencial del proyecto.

Las empresas comenzaron a contribuir: entregaban residuos, excedentes industriales, y algunos recursos económicos. La estrategia empezó a crecer; hoy en día está más fuerte que nunca en Antioquia, aunque John lamenta no haber llegado a otros departamentos. De otros países destaca las réplicas en Argentina, Chile, Ecuador, Panamá y República Dominicana.

“Hemos recuperado más de 4.000 toneladas de material entre plástico industrial y de consumo. Sin embargo, falta mucho porque en Colombia se producen 1.700 toneladas por día. Tan solo el año pasado se recuperaron 383 toneladas de Botellas de Amor, lo que representa más de 270 mil horas de voluntariado, pues sabemos que una persona se tarda unos cuarenta y cinco minutos en introducir un kilo de plástico en una botella”, asegura.

Ahora la meta más grande es recuperar en los próximos diez años hasta veinte millones de toneladas de plástico en toda América Latina. Es muy ambiciosa y John lo sabe, pero argumenta que aunque se alcance apenas habrá logrado solucionar el veinte por ciento del problema en la región.

Más viviendas

Su propia vivienda está hecha de plástico reciclado. Es una de sus obsesiones: razona que en Colombia hay un déficit de más de cinco millones de viviendas, de las cuales unas 350.000 corresponden a Cartagena; y que de otro lado hay que solucionar el tema ambiental del plástico. Su gran meta es construir cuatro millones de viviendas para población vulnerable en el mundo y construir más 700.000 parques infantiles para instituciones educativas de bajos recursos. 

Y en ese camino se encontró con Esenttia, la empresa cuya planta queda en Cartagena y que es la principal productora nacional de polipropileno, el material particulado con el que se hacen distintos tipos de plásticos. El enfoque de Responsabilidad Social de Esenttia encajaba a la perfección con la acción de Botellitas de Amor.

De esa alianza surgieron las casas de un piso que Esenttia donó en Ciudad del Bicentenario, que están ubicadas frente a las zonas de parqueo. También 35 puentes para el barrio Boston y hasta el letrero de Cartagena ubicado en las playas de Marbella. Todo con perfiles y materiales producidos por Botellitas de Amor. 

Un sueño de John para nuestra región es instalar una planta que podría recuperar en diez años unas 54 mil toneladas de plástico, casi el treinta por ciento de lo que se produce en Bolívar. Calcula que eso permitiría construir 6 mil parques infantiles y 3.300 viviendas en el departamento y generar unos 700 puestos de trabajos.

La felicidad 

Hablamos con John un lunes, después de haber pasado el sábado por Ciudad del Bicentenario y haber regresado a Medellín por tierra, pasando por Corozal, para visitar otro proyecto.

“Estábamos felices. Las personas nos recibieron con una sonrisa, están agradecidas porque cuentan con una vivienda segura en cuanto al tema térmico, acústico y sismorresistente; el material ha sido probado en temas como toxicidad e inflamabilidad. Ellos saben que construimos sus casas, también gracias al esfuerzo económico de la gente. De esta manera se está generando un modelo de economía circular muy importante en Colombia”, resalta Jonh. 

“La solidaridad es lo que diferencia a Botellas de Amor de cualquier otra estrategia, su modelo económico es colaborativo y los niños son sus principales artífices, asegurando que las generaciones venideras descubran, en estas botellas, una solución definitiva para el manejo de los plásticos”.

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