Carmen Villadiego y los abuelos de Bicentenario

Esta líder de larga trayectoria en el barrio San Francisco hoy trabaja –de la mano con la Junta de Acción Comunal– por la tercera edad de nuestro Megabarrio. Lo que comenzó con los vecinos de la Supermanzana 72 se ha convertido en un oasis todos los jueves en la tarde para hasta ciento cincuenta abuelos.

Carmen Cecilia Villadiego Avilés nació en Montería y creció en un hogar de muchos valores católicos. A los dieciocho años vino a terminar el bachillerato en Cartagena. “Y aquí me encontré con un amor tan lindo como es mi esposo, Álvaro Cueto, con quien tenemos treinta y ocho años de vivir juntos y de criar dos hijos que son nuestro orgullo”.

Álvaro, en efecto, es el hombre discreto que está cerca de ella en muchas de sus actividades y la ayuda en todo lo que haga falta. 

Cuando se organizaron se fueron a vivir al barrio San Francisco, donde la familia de Álvaro tenía casa. Allá, al mismo tiempo, crecieron sus dos hijos y su capacidad de liderazgo, que se probó cuando hubo los derrumbes por la falla geológica, dejando a decenas de familias sin hogar. 

Aquel fue su único hogar cartagenero por muchos años. “A pesar de las cosas que se ven en un barrio así, puedo dar fe de que fue un lugar muy amoroso. La vida mía fue muy hermosa desde que llegué a Cartagena”.

En San Francisco se le activó la vocación por los demás. Llegó a un barrio en el que veía distintas situaciones que la hacían cuestionarse y pensar en maneras de ayudar a resolverlas. 

“Uno nace o lleva en la sangre el servicio a los demás. Por la crianza de mi familia soy una persona muy creyente; esa parte espiritual siempre la llevo en mi sangre, siempre pienso que los demás necesitan del otro y que todos nos necesitamos para salir adelante”.

Nace una líder

En esa preocupación por los demás se le fueron treinta años en San Francisco. “Me fui proyectando y encaminando. Primero como líder social con niños, acompañándolos en valores y respeto, trabajando en la terraza de mi casa. Los padres me seguían y eran muy solidarios conmigo porque yo les mostraba un gran amor a sus hijos”. 

Después vino la iniciativa del Biblioparque, también con niños. De ahí la contactaron de la Fundación Actuar por Bolívar, que apoyaba a líderes como ella con formación y voluntariados internacionales; luego llegó el Instituto de Bienestar Familiar, donde trabajó hasta con sesenta madres comunitarias en temas de desnutrición infantil.

“Se gestionó una nutrición empoderadora porque veíamos la baja y pésima alimentación que tenían los niños en sus hogares. Nos ayudaron con  nutrientes y mercados. Luego me reuní con la iglesia católica y también hacíamos actividades para los niños y las mujeres cabeza de hogar”.

Los años fueron pasando y se seguían abriendo puertas. Conoció muchos funcionarios del Distrito, que la tenían en buen aprecio. Y por años trabajó oficialmente con ellos, enfocada en los jóvenes en riesgo.

“Muchos jóvenes donde me ven dicen: –Esa señora es como mi madre; fue la que me levantó y me ayudó cuando yo estaba tirado; que si me daban mi paliza, yo iba donde ella y me daba la pastilla, me educaba, me llevaba al médico–”. 

El tiempo le alcanzó para ser vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal y asumir liderazgos en algunos comités. Todo ese trabajo le permitió ser incluida en un libro que recogía a quince lideresas cartageneras, algo que la llena de orgullo.

Y aún con ese tren de actividad lograba mantener su vida familiar en orden y paz. Álvaro resultó un hombre muy hogareño y tranquilo, que trabajó toda la vida como mecánico hasta su jubilación; Álvaro y Raúl, los dos hijos, fueron creciendo con buen criterio, y cuando hacía falta una mano en el hogar ahí estaban sus sobrinas y hermanas prestas para ayudarle.

Hasta que llegaron los derrumbes en San Francisco.

Una tragedia 

“Ese derrumbe fue muy grande. Ni para qué acordarme de toda esa tragedia, fue impresionante. Nuestra casa fue un punto clave para atender a la población en riesgo. Sobrevivió hasta lo último porque estaba muy bien cimentada y un poco distanciada de donde pasó el fuerte movimiento de tierra”. 

“La Policía, la Cruz Roja y todos los que pudieran atender ahí lo hacían. Los funcionarios me decían: –Eres la última que tiene que salir para poder evacuar a todo este personal, porque a ti te siguen y te creen–”. 

Cuando por fin salieron, con su familia vivió la misma peregrinación de tantas otras, buscando dónde alojarse y reiniciar la vida. Pasados los años llegó la oportunidad de tomar las casas en la Supermanzana 72. Habían tenido otras ofertas del Distrito pero muchos vecinos las habían rechazado, empezando porque no querían apartamento sino casa, que era lo que habían perdido en la tragedia. Para compensar el tamaño de aquellas casas, aquí les ofrecieron dos. Aún así lo pensaban y seguían sin estar de acuerdo.

“Nos hicieron muchas propuestas; pero la última fue esta y yo dije –Esta es la que vamos a coger, no se arrepientan. Yo me voy y el que se quedó, se quedó–. Los vecinos que me siguieron están muy contentos con la decisión, que tomamos sobre planos, pero ya se había construido otra supermanzana donde podíamos ver cómo iban a quedar las casas”. 

“Firmaron cuarentas familias, que ahora son ochenta porque en la casa de al lado vive el hijo o un familiar. Muchos lloraron después por no haberse acogido y ver cómo quedaron estas casas y esta urbanización. Porque aquí se siente muy agradable y hemos logrado el sueño que queríamos: estar tranquilos, sin el desasosiego y el bullicio en el que vivíamos, y además en unas casas muy lindas y recién hechas”.

“Ya yo me quedo en Bicentenario, aquí termino los años que me queden, criando a mis cuatro nietos y hasta cuando me den las fuerzas y Dios me tenga por aquí, el servicio se va a hacer con amor”

Haciendo comunidad

En la supermanzan conviven las familias de San Francisco con un grupo de víctimas del conflicto y otro de familias que con esfuerzo compraron su casa, mediante subsidios y pagando su cuota mensual. Se han sabido entender y remar todos para el mismo lado. 

“Hay pequeñas dificultades, pero es normal y sirve para crecer. Si no hay participación de la comunidad no hay desarrollo; afortunadamente aquí los vecinos son muy participativos. Vienen unos liderazgos y unos potenciales muy buenos y eso ha hecho parte de que el comité de vecinos se fortalezca”. 

Y buena parte de ese éxito de convivencia ha estado en la comunicación. En la pandemia fue muy útil el chat de Whatsapp, en el que se pedían y ofrecían favores, se promocionaban productos y emprendimientos o se solucionaban urgencias y necesidades.

Por ese proceso comunicativo y en el contexto de la pandemia por Covid 19 se empezó a mover el tema de la tercera edad. “De pronto las mismas vecindades que vinieron conmigo de San Francisco, que la mayoría son de tercera edad, me decían –Ay, por qué no nos reunimos, señora Carmen–. Me iban a buscar a mi casa y yo les decía –Es que no tengo sillas–. Y ellos me respondían –No hay problema, nosotros llevamos las sillas–”.

Abuelos por doquier

Empezaron a juntarse y cuando menos se dieron cuenta ya no eran cuarenta sino sesenta. Y luego más, no solo de la supermanzana sino de otros sectores de Bicentenario y hasta de Villas de Aranjuez. La bola de nieve fue creciendo. 

Así que decidió enfocar su labor y dedicarse de manera más centrada en los temas de adulto mayor. Por esa vía se integró a la Junta de Acción Comunal, como coordinadora de esos asuntos. Los contactos hechos a lo largo de su vida le están ayudando mucho en esta etapa.

“Nos apoya el DADIS con jornadas de salud; también el IDER, con sus jornadas recreativas y deportivas; las universidades, con orientación psicosocial; están la Alcaldía con la Secretaría de Participación Social y el Plan de Emergencia Social; el SENA nos apoyó capacitando a un grupo para la elaboración de traperos; otro grupo está haciendo jabones artesanales. Estamos avanzando con el Banco de Alimentos. Y, por supuesto, el apoyo de la Fundación Santo Domingo, tan importante en el territorio y que ha sido parte de este proyecto desde el comienzo; cuando tengo una actividad con la que no puedo sola, me apoyo en ellos”.

Su sueño es que en Bicentenario haya un Centro de Vida bien equipado para la tercera edad. “Esto es una zona social de la manzana, pero no es un salón adecuado para la tercera edad, porque hay mucho riesgo, hay movilidad reducida, no hay una rampa, por ejemplo”.

Así, cada tarde de jueves se convierte en un oasis al que van llegando los abuelos, en el quiosco de la supermanzana, unos apoyándose en otros, compartiendo y pasando el rato que para muchos es el más anhelado de toda su semana.

Más allá de las actividades que Carmen organiza, los abuelos mismos se ocupan de lo suyo: alguno lleva un dominó, otro una baraja, uno más echa cuento y los demás se ríen. “Ellos son felices el rato que están aquí y así sea una agüita que ofrezcamos se la toman con cariño”.

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Soy Bicentenario 2023

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