Las vocaciones de Edward Antonio Zúñiga

Ha sido boxeador, pintor, albañil, ceramista, viajero y cuando ha hecho falta también ha excavado y tirado machete en el campo. En nuestro barrio ha sembrado cientos de árboles, es líder comunitario, responsable del shut de basura de su sector y el tiempo le alcanza para ayudarle a su compañera en el restaurante.

Si uno caminara por el Centro con Edward Antonio Zúñiga Marimón, él tendría historias para contar todo el tiempo: que nació hace sesenta años en San Diego, donde hoy funciona el hotel más lujoso de la ciudad pero que entonces era un hospital popular; que estudió en el colegio Lácides Segovia, en Getsemaní, donde hoy funciona el Concejo; que su papá lo llevaba al Mercado Público, cuando funcionaba donde hoy es el Centro de Convenciones y no en Bazurto.

Puños y pinceles

“Al pintor cordobés Marcial Alegría lo admiraba por ser paisano de mi papá, por sus pinturas, los muñequitos y la fama. Yo iba a verlo a su taller en Lorica, recuerdo que hacía los pinceles con pelos de gato. Me entusiasmé y me metí en el cuento”, relata. Pero su romance con la pintura sería de idas y regresos. Otras vocaciones también lo llamaban o se le atravesaban, como el boxeo.

“Una vez en el Mercado Público estábamos viendo la pelea entre Rocky Valdez y Rudy Robles; solo había un televisor pequeñito y un pelao no me dejaba ver la pantalla, intenté quitarlo y me partió la boca. Empezamos una pelea y Milton Méndez, boxeador reconocido, nos apartó y me dijo –Tú eres bueno, no le tienes miedo; no pelees más, mañana vas conmigo al gimnasio–. Tenía quince años cuando comencé a practicar con él, con Armando Velázquez, Chico González, Reinaldo López y luego en Buenaventura con el señor Campas. Cuando presté el servicio militar representé a las Fuerzas Armadas y gané el decimosegundo puesto en los Juegos Interbrigadas 1978-1979 en Cali; además, fui campeón nacional de la Infantería de Marina”. 

Le llegaron los veinticinco, los veintiocho años y el camino a la gloria estaba vez más difícil. “Practiqué, pero me desvié por las drogas, perdí una pelea y me retiré. Luego tuve la intención de entrar a trabajar en el muelle de la ciudad, pero no lo logré. Después me picó el bichito de conocer todas las ciudades y me fui a Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Santa Marta, La Guajira y Venezuela. Hacía de todo, fui constructor, albañil; hago cerámica, pinto, excavo, tiro machete, siembro, lo que haga falta”. También estudió en el SENA y tuvo capacitaciones con la Universidad de Cartagena y el Colegio Internacional. 

Ya he hecho como seis o siete exposiciones. En El Salesiano hice una, llamada “La Fuerza Escolar”, botas talladas en madera; llevé unos cuadros a la iglesia del barrio San Francisco, que fue la primera exposición de arte en el barrio”. En San Francisco también impulsó una fundación con jóvenes que se han convertido en profesionales.

“Un día estaba en el Centro y mi papá me llevó para que pintara unas cosas, pero también necesitaban a alguien para limpiar pisos –Yo mismo soy–, les dije y me mandaron a comprar los productos de aseo. Me reía porque en esos momentos tenía cinco cuadros exponiendo en Europa y ahí estaba dándole a la limpieza de pisos. La última exposición la presenté en 2005, desde ahí dejé la pintura quieta y me dediqué a otras actividades”. 

Na hay techo pa’ tanta gente

“Llegamos al Bicentenario reubicados a causa del derrumbe de San Francisco. Desde el 2004 el terreno se había debilitado y ocurrió la primera tragedia que dejó dos muertos. En ese tiempo yo tenía un proyecto con jóvenes, a quienes llevaba a estudiar al SENA; recuerdo que mi señora me decía –Esas casas se están cayendo, están rajadas–, pero yo tenía que estar pendiente que los muchachos no hicieran algo malo, por eso no le paraba bolas”. 

“El 13 de agosto de 2011 se repitió la historia, por el Fenómeno del Niño; se movió la masa de la tierra y comenzamos a evacuar al personal por medio del Comité de Prevención y Desastres. Gracias a eso logramos salvar vidas; quienes fallecieron lo hicieron después a causa del estrés y enfermedades de la tercera edad”. 

“Desde ese momento comenzamos la lucha para la entrega de casas. Se hizo una convocatoria en el Centro de Vida y organicé el comité Viviendas de San Francisco, del cual quedé como presidente. Logramos que el recurso para arriendos pasara de cien mil pesos mensuales a doscientos mil; eso no alcanzaba, pero nos aliviaba un poquito. Nos querían meter en un proyecto de torres en Medellín, pero como somos costeños y estamos acostumbrados a una casa en la que vivimos hasta seis familias, les dijimos que no era viable”.

La propusieron a la alcaldesa de entonces, Judith Pinedo, que aceptaban la reubicación en Ciudad del Bicentenario si les daban dos casas a cada uno, porque las de San Francisco eran más grandes y no veían cómo iban a caber los mismos en las casas de acá. Al final, tras la lucha del comité y un cambio de administración se pudo hacer de esa manera.

Sembrando futuro

En su caso, tomó una casa para vivir y alquiló la de al lado para generar un ingreso. Al frente le quedó un espacio para terraza más grande que el que tenían en San Francisco. “Aquí hay carretera, pavimento, luz y agua: en infraestructura lo tenemos todo. Lo único que nos hace falta es lo económico, la gente pasa mucha necesidad”, nos dice en la sala de su casa, adornada con algunas pinturas suyas, diplomas y recortes de prensa de sus gestiones.

“Cuando llegué comencé a tirar machete para limpiar las terrazas; pinté y boté basura. Aquí tengo cultivos: he sembrado veinticinco matas de yuca de la que ya hemos comido; fríjol y ñame. 

“Con Gases del Caribe sembramos quinientos árboles en la manzana 72 y participé con la Fundación Santo Domingo en un sembrado lineal. Hay palos de mango, roble, bonga, oreja de ratón, guayacán, ciruela, guayaba, níspero y almendra; soy quien está pendiente de sus cuidados. Los que están alrededor del parque y del templo los sembré junto a otros trabajadores y la empresa me da una bonificación mensual para mantenerlos. Del Establecimiento Público Ambiental hacen visitas y controlan que todo siga en orden”. 

“Actualmente administro el shut de basura de mi manzana, que es uno de los mejores del barrio en buena medida porque la gente respeta el horario. Un día tuve que sacar a un reciclador porque partía las bolsas, pero ahora es mi amigo y recicla sin ensuciar. Por la pandemia no pude hacer unas charlas sobre la clasificación de la basura, porque en ese tema sí están fallando; sin tantos desperdicios el planeta se compone, mejora la economía y se recupera abono para que la gente cultive en casa”. 

Del shut a la cocina

El arte quedó a un lado, pero de vez en cuando está pendiente de una fundación que darle lienzos y materiales. Buena parte de su día lo dedica a ayudarle a su compañera en el restaurante que tiene en la manzana 76: “me voy desde las siete de la mañana, pelo la yuca, machaco el ajo, le llevo los platos y si le piden un domicilio ahí estoy”. 

“Si pudiera mejorar el Bicentenario lo primero que haría sería dar más empleos. Esto es un macroproyecto, pero también están Villas de Aranjuez, Colombiatón, Flor del Campo. Debería haber una fuente de empleo, alguna fábrica. La Fundación Santo Domingo tiene muchos proyectos, aquí hubo máquinas de coser, panadería, un vivero para cultivar, pero la misma comunidad acabó eso. En la Fundación me han capacitado y he puesto en práctica lo aprendido, pero siempre les digo la verdad a los líderes y quizás por eso no me invitan más”.

“Como líder he intentado ser sencillo, no me gusta que engañen a la gente y tampoco me gusta el ‘yo y yo y yo’; un líder no debe ver razas y trabajar sin pelear. En el comité no pudimos integrarnos y yo sigo trabajando simplemente porque me nace. Veo líderes que llevan al frente muchos años y tienen parques sin iluminación, zonas con aguas negras”. 

Estuvo casado con Martha Alicia Rodríguez, pero falleció hace casi cuatro años. Se conocieron desde la infancia y fueron novios desde los catorce años. “Luego ella buscó otro señor y yo, otra señora, con quien tuve una hija. Nos reencontramos y vivimos juntos veinte años. Me acompañaba en todos mis proyectos”.

“Tengo cinco nietos. Mi difunta mujer tuvo cuatro hijos y aunque no tuvimos hijos juntos, vivimos felices: ellos me quieren y yo los quiero. Crié a una nieta suya desde los nueve meses y aún está conmigo, la apoyo para que termine su bachillerato y entre al SENA. He tenido una vida larga, bien vivida. El único percance de salud lo tuve cuando luchaba por la casa, pero ya estoy recuperado. En Bicentenario me siento bien, he ganado mis recursos, tengo nuevas y buenas amistades; soy amable y caritativo con la gente, es un don que viene de familia. No he pasado necesidad porque hago de todo un poquito”.

Posted in

Bicentenario

Leave a Comment