Del pan también se vive

A los quince años, recién llegado al barrio, empezó a vender pan, voceando en la noche por las calles y de día seguía estudiando su bachillerato. Hoy su negocio le solventa la carne y el pan a centenares de familias. Con él ha pagado su carrera de ingeniero y sueña con expandir el negocio a otros barrios.

Néstor Carlos Martínez Avendaño hoy tiene veintiséis años. Con su familia llegaron desde Daniel Lemaitre, donde la casa materna sufrió daños por un derrumbe.

“Al principio fue duro: me daba un poco de pena porque era un muchacho pero después me fui acostumbrando; les proponía a los vecinos más cercanos y la mayoría me colaboraban; así me fui haciendo la clientela. Ahora básicamente nada más es salir y repartirlo; ya no grito ‘pan’ ni nada de eso. Tengo alrededor de cuatrocientos clientes en Bicentenario y Flor del Campo, principalmente, incluso algunos en La India y en Turbaco”.

Lo de la ingeniería, la creación de empresas y la visión de negocio lo tuvo desde joven. “De pequeño me gustaba la ingeniería industrial y me ponía a leer el perfil de esa profesión; entonces me fui con esa idea y la creación de empresa para poder generar empleo. Primero estudié una tecnología en operación de plantas petroquímicas, en la Tecnológica de Bolívar, y luego pasé a la ingeniería industrial que estoy terminando en la Universidad del Sinú”.

Su papá es panadero, con el negocio situado en el barrio Santa María. “El pan es sabroso. Lo repartimos de siete a nueve de la noche. La gente lo compra para la cena y al día siguiente para el desayuno de los niños”.

“Primero comencé a pie con unos muchachos que vivían por esta calle, íbamos con dos canastas, cada uno agarrado por una manilla; después empecé con una bicicleta; ahora los reparto en la moto: mi hermano va atrás con un canasto y vamos distribuyendo”, nos cuenta en su casa, en una de las primeras manzanas que fueron habitadas en Bicentenario. 

Del pan también se vive

Un empresario tiene que conocer su mercado; esa fue una tarea que Néstor hizo bien. Pronto entendió que el crédito era clave en nuestro sector. “Básicamente he entendido la situación de algunas personas que a veces no tienen para cancelar el mismo día y se pueden demorar cinco, seis o diez días más. Pero casi nunca he perdido clientes por discutir con ellos porque no me han pagado, uno tiene que acomodarse a la situación de las personas; a muy poquitos los he descartado por morosos, con la mayoría de la gente del barrio me la voy bien”.

“Cuando es a crédito el precio es un poquito más elevado. Cada casa tiene su fórmula, depende de cómo le paguen a la persona: hay quienes trabajan y ganan diario así que me pagan al día siguiente; otros trabajan en empresas y les pagan quincenal o mensual; hay quienes no tienen para cancelar todo y me quedan debiendo, pero les sigo fiando porque sé que el día que les vaya bien me van a pagar todo. Lo que sí debo tener siempre es capital para poder solventar los pagos a los proveedores”, explica.

Con una clientela firme, unos cuatro años después de haber comenzado se le ocurrió que podía intentar con la carne, otro producto de consumo cotidiano. Comenzó distribuyendo chuletas de cerdo los fines de semana: “Es un poco más económica y como la mayoría de las familias de aquí son numerosas, rinde un poco más, porque de un kilo pueden salir hasta seis o siete chuletas”. 

Hoy vende carne todos los días y un surtido más amplio, incluyendo pescado un par de veces a la semana. Se provee de mayoristas que le garantizan calidad y se la llevan directamente al barrio.

“Con este negocio he podido financiar mis estudios. La carrera técnica la tomé con el Icetex y esa deuda la pagué con el negocio, así como la carrera de ingeniería. Mi proyecto de grado es sobre la carnicería porque pienso expandirme a otros barrios a mediano plazo. El negocio también ha dado para mi familia: un hermano y un primo mío trabajan conmigo y anteriormente en los domingos salían hasta tres muchachos del barrio a los que les pagaba su día”.

Tantos años le han servido para ver que en el barrio hay quienes tienen para el desayuno y el almuerzo, pero no para la cena y viceversa. Pero al final siempre se solventa y siente que en ese sentido su negocio ayuda para que a pesar de esos vaivenes económicos de los vecinos, siempre haya pan y carne en la mesa.

Distribuidora de cárnicos Bicentenario

300 722 07 01

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