Una iglesia que nació a pulso

La comunidad católica de Ciudad del Bicentenario ha ido creciendo desde cero, pero hoy está consolidada. Detrás de este proceso han estado cuatro mujeres que han arado un campo que al principio parecía poco fértil.

Aún así hace diez años lograron que el padre Luis Alfonso Banguero  oficiara la primera misa regular en Ciudad del Bicentenario. No fue un camino fácil pero Gina Carvajalino, Glenia Espinosa, Auristella Polo y Mayuris Polo perseveraron.

“Fue el Jueves Santo de 2012. Cogimos unos banquillos, unas cortinas y le pusimos florecitas. Fue bastante bonito. Se realizó en el galpón donde está ahora el D1, a la intemperie”, recuerda Glenia. 

Hoy las cuatro son el núcleo fuerte de la comunidad católica del barrio. Hablar con ellas es una fiesta: se ríen, se interrumpen de buena gana, se complementan. Hay mucho entusiasmo, pero también más de una década de trabajar juntas. El próximo sueño grande es ver construido el templo católico, para el que ya está reservado el terreno.

Las primeras carcajadas de nuestra conversación salen del cuento de que Auristella, a quienes todos llaman Auris, se metió al culto equivocado por andar buscando la misa católica en Colombiatón. Acababa de llegar a vivir a Bicentenario, un barrio tan reciente que aún no era visitado por un sacerdote.

“Imagínate que yo me metí en una iglesia por allá, asistí al culto y vamos a ver que era una iglesia metodista. Después subí por la calle buscando y buscando el templo católico. Entonces alguien me dijo que no había, sino que era en un bohío al aire libre”. No fue la única que se confundió.

Las cuatro mosqueteras

Y allá en esas misas dominicales en Colombiatón empezaron a conocerse y a consolidar el grupo de trabajo, al que se han integrado otros feligreses en distintos momentos.

Gina desarrolló su espíritu eclesial al estudiar en un colegio de monjas. “En la adolescencia me aparté un poquito, pero cuando fui madurando me adentré en el servicio a la parroquia. Antes vivía en el barrio Lo Amador, allá tocaba la campana, cantaba, leía y apoyaba al sacerdote en todas las actividades”. 

Gina llegó a Ciudad del Bicentenario el 24 de marzo de 2012 y casi de inmediato empezó a buscar un lugar para asistir a misa. “Me enteré por la señora Julia Acevedo que la eucaristía la hacían en Colombiatón y que cada quien tenía que llevar su silla. A las seis de la mañana del domingo me fui. No conocía nada ni a nadie, pero me presenté con el padre y me puse a su disposición”. 

Sus ganas de servir a la comunidad a través de la iglesia eran las mismas que tenía Glenia, nacida en Turbana, Bolívar, católica desde los tres meses de vida, cuando fue bautizada. “Mi familia y yo vivíamos en la plaza, frente a la iglesia, así que iba a misa siempre”.  Antes de llegar a Ciudad del Bicentenario vivía en Altos de San Pedro, en el barrio La Reina y soñaba con tener su casa propia para servir en su parroquia.   

A Bicentenario llegó en noviembre del 2011 y gracias a su amiga Auris, supo lo del bohío en Colombiatón donde celebraban la misa. “Era a las siete de la mañana. Yo veía eso lejos, pero como íbamos a servir no le ponía problema”. 

Auris es, en sus propias palabras, una fiel católica desde el vientre de su madre. Su padre fue seminarista y le enseñó, junto a sus hermanas, los valores de la iglesia. “Como a mí era a la que más le gustaba eso, me ponía a leer la Biblia”. 

Auris vivía en el barrio Los Jardines y allí pertenecía al grupo Legión de María. Ella empezó como lectora. “Él padre vio en mí el carisma para ser catequista y me motivó a catequizar a los niños para su bautizo, primera comunión y demás sacramentos. Empecé a hacer cursos en Emaús –que quedaba en María Auxiliadora y luego en la Consolata– porque uno tiene que prepararse”. 

Por su parte, Mayuris explica que aunque estudió en un colegio de monjas en Olaya, cerca de la parroquia de San Miguel Arcángel, no le gustaba ir a misa. “Yo estaba muy pequeña y no alcanzaba a ver, me daba mareo; pero me obligaban porque en el colegio me preguntaban el Evangelio”. De hecho, al llegar acá sólo sabía las oraciones normales de cuando hizo la primera comunión, pero ignoraba muchísimas cosas, según reconoce. 

Llegó a Bicentenario reubicada por la ola invernal del 2010 en San Francisco. “Le prometí a Dios que si me entregaba mi casita, me congregaba al servicio de la iglesia. Es una acción de gracia porque lloramos mucho en ese tiempo por las pérdidas de nuestros hogares”.  

Así que cuando llegó al barrio empezó a buscar una iglesia católica. “Un domingo salí temprano y vi a la señora Gladys con una silla, sabía que iba para misa y la seguí. El padre Luis Alfonso, que era muy observador, reconoció que yo era nueva y me pidió presentarme”. 

Junto a ellas, otras vecinas apoyaron el proceso desde el comienzo como la señora Julia Acevedo Correa, con más de treinta años de servicio en la parroquia San Francisco de Asís, quien siempre ha seguido muy de cerca los temas parroquiales. También las señoras Elida Álvarez, Yamila Abdalá o Isabel Hernández Morelo, entre otras, han apoyado y siguen firmes en el servicio como laicas de la parroquia. 

Menos de quince

Una vez juntas comenzaron a gestionar para que las misas en la propia Ciudad del Bicentenario fueran más regulares, comenzando por una al mes. Con megáfono en mano, salían  a invitar a los vecinos. Prestaban una mesa para el altar y una silla; no tenían espacio para guardar los elementos de la eucaristía, así que los llevaban a sus casas. 

El padre esperaba por lo menos a quince personas, pero aparte de ellas casi nadie asistía y  cuando llovía no se hacía el servicio. Como una acción paralela para incentivar el espíritu católico se organizaron en grupos para reunir a la gente en los hogares y compartirles la palabra de Dios; así les llegaban también a esas personas que no podían ir a misa por cualquier dificultad. 

Ninguna de las dificultades afectó su compromiso como feligresas. Más tarde llegó el párroco Rafael Salazar, quien permaneció un año y visitaba mucho más a la comunidad. “Caminábamos, hacíamos novenas y gestionábamos espacios para celebrar Semana Santa; para un Jueves Santo nos llegaron a prestar un colegio en Flor del Campo”, menciona Glenia. La comunidad iba creciendo.

Con el padre ‘Rafa’ y el apoyo de la Fundación Santo Domingo realizaron las novenas en diciembre. Ya se habían construido las torres y participaron muchos niños de los nuevos hogares que llegaron a habitarlas; les daban refrigerio y regalos para que recibieran contentos la Navidad.

Más adelante, las misas se realizaron en las áreas sociales de las supermanzanas con casas de dos pisos. Trabajaban por grupos de comunidades y cada domingo le tocaba a uno hacerse cargo de la ambientación del lugar. Gina y Mayuris iban a las cinco y media de la mañana a asear el lugar. “Todavía la gente no tenía sentido de pertenencia, encontrábamos eso hecho un desastre, pero lo dejábamos listo para la eucaristía”, recuerda Gina.

Y llegó el momento en que los espacios comunales de las supermanzanas no daban abasto porque los asistentes crecieron. Entonces, gracias a una conexión del padre Javier, se trasladaron al Colegio La Salle, en un espacio que contaba con sillas. Pero al cambiar de administración en la institución, el grupo tuvo que mudarse al bohío de la 72. 

Semilla de un templo

Por ese tiempo llegó una gran noticia: la arquidiócesis había comprado el terreno para hacer el templo, que les fue entregado en 2020. Y la capilla ya tiene asignado su propio nombre: Nuestra Señora de Guadalupe

“Monseñor, por boca de un párroco, supo que esta comunidad proyectaba en ese momento más treinta y cinco mil viviendas y que no necesitábamos una parroquia ¡sino cuatro! Nos entregaron el lote con mucho monte y nos pusieron un ‘container’ para tener para la construcción, pero se necesita mucha plata para continuar la obra”, señala Mayuris.

“Ahorita tenemos una carpa que nos regaló la empresa Coca Cola; pero necesitamos más donantes porque con las lluvias no hemos podido celebrar la misa. Ya tenemos unos bafles y  una consola, los cuidamos porque se pueden dañar y nos costaron mucho. Soñamos ver la iglesia construida porque ya tenemos los feligreses”, dice Mayuris. 

El lote está muy bien ubicado, cerca de la rotonda principal, al lado de una supermanzana y en diagonal a las torres. Cruzando la calle está un paradero de Transcaribe. Hoy tiene un buen cerramiento y los feligreses lo mantienen limpio y sin malezas.

“Al principio tuvimos problemas porque ahí jugaban unos muchachos y decían que ese espacio era suyo. Hemos logrado que las eucaristías sean más frecuentes. Ahora se celebran los miércoles a las seis de la tarde y los domingos a las seis de la mañana; hay bastante afluencia de gente”, asegura Gina.

También sostienen una pequeña comunidad que se reúne los martes a compartir la palabra en compañía del sacerdote. Muchos habitantes de sectores vecinos se están incorporando a la parroquia de Bicentenario. Hay jóvenes lectores y catequistas de Villas de Aranjuez y el mismo sacerdote visita el sector de La Sevillana cada martes.

Todas coinciden en que la iglesia es muy importante para la comunidad porque brinda consuelo, ayuda y se convierte en una guía para las familias con dificultades; acompaña en las enfermedades y a fortalecer a quienes tienen hijos en riesgo. 

Para ellas su compromiso al servicio de la parroquia es brindar su apoyo a quienes lo necesiten, escuchar las historias de vida y ayudar a sobrellevar las cargas de quienes se encuentran fatigados.

Mayuris está a cargo de la logística y tiene las llaves del terreno; Auris es catequista y proclamadora de la palabra; Gina y Glenia cantan, recogen las ofrendas y apoyan en lo que se necesite. Hoy se reúnen más de cien personas cada domingo alrededor del culto católico. Es una buena semilla para los años que vienen, que seguro serán de más crecimiento y fe.

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