“LA VIDA ES DURA PERO NO IMPOSIBLE”

Rubén Darío estuvo en malos pasos, como tanto muchacho en nuestros barrios populares, pero el amor por sus hijos y la música lo han ayudado a salir adelante. Hoy nos cuenta su transformación.

Esperamos a que llegara de su jornada de trabajo como electricista en la construcción de las nuevas casas de Parques de Bolívar, en la propia Ciudad del Bicentenario. Son poco más de las cinco de la tarde y el sol está regalando uno de esos buenos atardeceres que se ven por estos lados. Llega tranquilo, con un buen ‘vacile’ en el caminar; no es el hombre que regresa agotado después de la obra sino alguien con ánimos para lo que queda del día.

Hablamos sentados en el bordillo de un parqueadero de las torres, con una lata de refresco en la mano y mucha sinceridad sobre su pasado en la conversación.

Rubén Darío Garzón Martínez -ese es su nombre completo- tiene veinticuatro años. Hace ocho años llegó a Ciudad del Bicentenario con su madre, reubicados del barrio San Francisco. Antes de llegar terminó el décimo grado y acá tomó la decisión de finalizar el bachillerato. Pero su vocación era otra. “Me gusta mucho el break dance y antes de mudarme tenía un grupo de baile. Cuando me vine todo se acabó”.

La vida te da sorpresas

“Aquí me enfoqué en la música y me tropecé con cosas que no debía; la droga, el alcohol, las mujeres y todo eso me trajo mucha perdición. Era un joven rebelde, andaba en peleas; si me tocaba robar, robaba. Hoy en día me arrepiento, pero le doy gracias a Dios, porque ahora me gano la vida honradamente”.

A los dieciséis años tuvo a su primer hijo, mientras que recaía en las adicciones. “Para la llegada de mi segunda hija ya estaba trabajando. Duré dos años en Campollo, pero me despidieron junto a un compañero porque ‘solucionamos’ nuestras diferencias de la peor manera”. 

Con un pequeño pick up que encontró en Ciudad del Bicentenario, llamado Los Party Shows, sonaba sus canciones y realizó varios bailes. Eso le daba ilusión, pero no ingresos para el sustento diario, así que pensó en un filón en el que le fue muy bien: organizar paseos.

“Yo siempre tuve esa visión y la primera vez que lo hice fue un éxito. Iba a una finca y cotizaba su alquiler. Organizaba los buses en la terminal; hacía publicidad con un flyer; imprimía boletos y comenzaba a regarlos a todos los muchachos. Las vendía a cinco mil pesos, veinte mil o paseo ida y vuelta. A todos les gustaba”.  

Alguna vez más de quinientas personas de San Francisco, La María, Canapote, Paseo Bolívar, Villas de Aranjuez, Bicentenario y Flor del Campo, disfrutaron de uno de esos paseos. “Por donde íbamos era rentable”. 

En ese tiempo también se dedicó a la peluquería con una máquina que le regaló una universidad. Empezó probando con los amigos, sin un estudio específico: ensayo y error. Pero lo hacía bien y le empezó a llegar clientela referenciada por los primeros. “Me fui volviendo popular. Todavía cuando tengo tiempo, los fines de semana saco mi máquina y me voy a motilar a domicilio. Aprendí a realizar distintos estilos; todo lo he aprendido en la calle”. 

Monte y orden

Sin embargo, el uso de las drogas le empezaba a pasar factura. “Estaba demacrado, flaco y todo llevado. Luego tuvimos la oportunidad de participar en una película llamada Tres Golpes y su director, Andrés Lozano, me brindó un apoyo muy grande para hacer un videoclip; me aconsejó que cambiara de vida y yo escuché esos consejos. Es lo único que he estudiado, algo de actuación”.  

“Un día la fundación vino con un cabo tercero del Ejército y en 2017 decidí prestar el servicio militar. Ahí se acabó la música, la calle y el desorden. Cuando llegué me tendieron la mano en Acción Integral y al ver mi talento me llevaban a los eventos para que cantara. Me llamaban ‘El soldado músico’. Pero ya en el monte, en el área de operaciones, el arte quedó a un lado”. 

Con el ejército estuvo en San Vicente de Chucurí – Santander. “Eso era bastante caliente, debía enfocarme en otras cosas y mi ilusión por el arte fue disminuyendo. Mensualmente me daban lo básico, para los útiles de aseo y comida. A mis dos hijos les mandaba lo que podía y mi madre siempre tendía la mano”. 

A los dieciocho meses le dieron su libreta y salió de esa etapa con otra mentalidad. “Quería trabajar honradamente para no estar haciendo cosas malas. Empecé a trabajar como instalador de buitrones; luego como auxiliar electricista, eso lo aprendí en la obra de Parques Bolívar en la que trabajo desde hace tres años”, dice.

Vida y música

A pesar de sus errores, Rubén nunca tuvo problemas judiciales. “Lo que me hizo salir de ese mundo fueron mis hijos; tengo un niño de ocho años, Yostin Andrés; una niña de seis años, Sheraltin; y Dariana, que está recién nacida”.

Siente que es bueno para escribir canciones. “Ahora me gusta la champeta, escribo y a veces le paso una letra a un compañero para que la cante. Todavía me gusta ese arte, esa es mi esencia”. 

Cambiar de vida le ha abierto muchas puertas. “No soy el mismo de antes; no estoy en las esquinas preocupado por la plata. He aprendido a trabajar por lo mío y no estar pidiendo ni deseando mal a nadie. Aprendí que todo en la vida se debe sudar, que la vida fácil no se disfruta mucho”.

“Cuando estaba en la droga, mis amistades eran jóvenes como yo, en riesgo; y luego los motivé para que cambiaran sus vidas. Por eso me tienen en cuenta ellos y las organizaciones del barrio. Yo fui malo, pero aproveché el apoyo que me dieron y traté de hacer las cosas bien”, dice.

“Yo era el DJ de los eventos e invitaba a las reuniones; ellos iban y me veían como una especie de líder. De ese grupo de veinte muchachos, cinco lograron cambiar. Algunos no han podido salir del todo, pero por lo menos trabajan y han avanzado. Otros han muerto en situaciones difíciles, como mi primo; una muerte que me dolió mucho y casi me lleva a hacer locuras”, describe y nos cuenta la traumática muerte que es mejor omitir acá.

Y llegó Mariana

Hace dos años vive con Mariana de Ávila, la mamá de su hija menor. Ella es una joven de San Luis, Magdalena, que vivía en la misma torre que él, un piso abajo del suyo, pero que no le devolvía ni la mirada.

“Ella me veía como un vecino y nunca me dirigía la palabra. Yo le había puesto el ojo, pero hay hombres que se dan su valor y no le hablan a la mujer hasta que ella le da el chance”. Y la oportunidad llegó en uno de los bailes que él organizaba.

“Yo era el DJ y cuando ella me vio en esas quedó como impactada con mi talento. Pero yo esperé a ver si había una sonrisa o un cambio de luces, para uno entrar, pero ella se aguantaba. Yo seguía animando y poniendo musiquita bacana, hasta que la amiga de ella llegó donde mí y me preguntó si yo no bailaba. Y yo le respondí —Claro, ¿pero con quién voy a bailar?—. Y ella me dice —Con mi amiga—”. 

Ese día bailaron una canción de La Comuna 15 y quedaron flechados. Llevan casi siete años juntos. 

Rubén comparte su vivienda con su mamá, su padrastro; su hermano, Mariana y Dariana, su bebé. Los fines de semana comparte con sus otros dos hijos, los visita y les lleva lo que necesiten. En Ciudad del Bicentenario muchos lo reconocen y lo aprecian. Quizás alguno se acuerda del Rubén de los viejos tiempos. “Uno se queda donde lo quieren; me veo viviendo aquí un buen rato. Hay cositas malas como las peleas, pero con presencia policial todo es tranquilo y se vive bien”. 

Está satisfecho con la vida que ha logrado. Sabe que pudo haber sido mejor o quizá peor con la música; pero no se arrepiente de sus cambios. “Tal vez hubiese triunfado, pero aún estaría en la droga”. En un futuro desea poner más empeño a su carrera musical. “Mi ilusión es triunfar como artista y llegar a ser reconocido en toda Colombia”. 

Para los jóvenes que viven en medio de aquello que él superó, tiene un mensaje claro: “La vida es dura, pero nada es imposible. Si uno se propone algo, lo adquiere”. Hoy sabe que es necesario plantearse metas para tener claro el camino a seguir. 

Asegura que todo empieza en casa. “Si te enseñan valores, vas a vivir con esa guía siempre. Hay jóvenes que no reciben apoyo en sus casas, no ven buenas conductas y eso es lo que muestran en sus vidas. Hace falta mucha comunicación entre hijos y padres, consejos que les animen a seguir estudiando”. 

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