DEL HORNO A LA PLANCHA

Un emprendimiento gastronómico y otro en el área de estampado son dos muestras del tejido microempresarial de nuestro Megabarrio, que aumenta cada día, generando oportunidades económicas y de crecimiento personal para nuestros vecinos.

Maleydis Cantillo Barrios nació en Cartagena, pero a los dos meses su mamá la llevó a Buenaventura, donde vivió hasta los once años. Luego vivió en San Antero, Córdoba, donde estudió bachillerato. Desde allí volvió a su tierra natal para abrirse oportunidades. Canapote fue el barrio elegido y en el que vivió con su pareja, el panadero y pastelero Pedro Suárez. Allí comenzaron el camino que los llevó a la pizzería Sara Sofía (el nombre de su hija mayor), que ha ganado reconocimiento en Bicentenario.

Canapote se puso muy caro, quizás por la cercanía al Centro y por la llegada de turistas y extranjeros. Cualquier arriendo podía empezar en los ochocientos mil pesos. Llegaron a nuestro Megabarrio a comienzos de 2020 pero a la semana comenzó el confinamiento por Covid-19. El hotel donde trabajaba Pedro cerró sus puertas y lo mandaron a la casa.

“Para nosotros fue supremamente difícil porque era empezar de cero, sin empleo, en un lugar donde no conoces a nadie, ni te pueden alcanzar un plato de comida por solidaridad. Porque no es lo mismo cuando tú conoces a los vecinos y has compartido momentos, que cuando eres nuevo en la calle”.

En Canapote había tenido una pizzería y llegó acá con ganas de abrirla de nuevo, pero tocó comenzar desde más abajo.

“Empezamos a hacer panes y pizzas en la casa. Nos uniformamos y nos forramos con protección hospitalaria para vender puerta a puerta, pero muchas veces la gente ni nos quería abrir por el miedo al contagio”. 

Un momento crítico, pero que a su vez la impulsó a arriesgarse más fue la siguiente: habían organizado una entrega por casa de tarjetas para reclamar alimentos en un supermercado, pero como ella vivía arrendada en un segundo piso de la supermanzana 72, el beneficio se le otorgó al dueño de la casa.

“Lo difícil de ese momento nos impulsó más: teníamos dos hijas por alimentar y nos dijimos que teníamos que hacer lo que fuera para salir adelante”.

Poco a poco empezaron a ganar clientela porque el producto gustaba. “Lo que marca la diferencia es que nosotros lo hacemos todo en casa, nos gusta lo artesanal. Me fascina preparar mi masa, darle reposo; yo misma voy al mercado, escojo mis tomates y hago la salsa napolitana con receta tradicional; entonces a la gente le gusta ese sabor que no saben qué es pero ahí está”.

Entonces tomaron un local en arriendo, hasta que llegó la gran oportunidad. Una clienta fiel era dueña de una casa esquinera y se iba a ir del barrio, así que llegaron a un acuerdo para tomarla. Desde ese momento ya no debían pagar dos arriendos sino uno, y la terraza daba espacio para poner mesas. 

Desde entonces están allí, detrás del quiosco de la 72. “Aquí nacimos otra vez”, resume Maleydis. “Al atardecer saco mis mesas con sus respectivas sillas, compré mis bombillitos amarillos y adecuamos el espacio para que se vea muy familiar”. 

Pedro regresó al trabajo hotelero, pero cada día cuando vuelve de su jornada, al caer la tarde, se pone el delantal para ayudar en el negocio hasta que cierra, usualmente a las diez de la noche o un poco más tarde en los días de más movimiento. El sábado es el día de más trajín, hasta la medianoche. El domingo también atienden, pero la gente pide su pizza más temprano, quizás porque al otro día hay que madrugar a trabajar.

Los domicilios y la clientela local mueven el negocio, que aunque ha recibido el favor de los vecinos no está exento de vaivenes. No está en una vía principal, lo que descarta a los transeúntes como clientes. Hay temporadas altas y bajas. También hay competencia de otras comidas rápidas que también gustan y tienen su buena sazón.

El siguiente escalón está claro. Les salió casa en Normandía, otro proyecto de vivienda en el Megabarrio, próximo a entregar viviendas. Será su primera casa propia y están muy emocionados. Van a mantener la pizzería de la 72 e intentarán abrir sede en su nuevo hogar. “Ya hemos organizado una maqueta para que el primer piso sea local y el segundo, un apartamento para nosotros. Con Dios por delante a principio de año nos lo entregan”, dice con ilusión. 

Las dos Sara Sofía seguirán creciendo: la pizzería y también la hija, junto con su hermana, Anaid Sofía, estudiando en el colegio Gabriel García Márquez. “Nos va a tocar movernos un poquito más pero ya nos iremos acomodando. Al principio todo se ve difícil, pero después la vida se va a organizar por sí misma”.

Pizzería Sara Sofía

Supermanzana 72

Domicilios: 305 378 95 50

Melie Vargas Berdugo es una de las doce mujeres de Bicentenario que aprovecharon una oportunidad institucional para crear su emprendimiento, a través de la marca Más Color Bicentenario, dedicada a la estampación en prendas, loza y otros objetos.

Melie llegó a Bicentenario hace seis años con su pareja y sus dos hijas, desde el barrio El Nazareno. Por primera vez estaban en casa propia, que compraron con sus ahorros.

Hace un par de años se enteró que había una convocatoria del proyecto +Vida, en alianza con la Fundación Santo Domingo y la Fundación Pintuco, junto con otras entidades, para realizar unos cursos de serigrafía y sublimación. Algo sabía de ese arte por un tío que estampa camisetas, así que eso la animó más.

“Empezamos varias mujeres, éramos un grupo grande, pero algunas se fueron alejando, como quien dice: –son muchos los llamados y pocos los escogidos–”. Después de las clases con el profesor Franco Doria, que venía desde Barranquilla, les trajeron una plancha, una secadora y una fotocopiadora, todas necesarias para el engranaje de producción.

Entonces Natalia Ríos, una compañera del proceso, tomó la batuta pues tenía mayor conocimiento previo en serigrafía. Ella ahora no está con el grupo justamente porque tiene su propio negocio, que le ocupa bastante tiempo.

Luego de la formación vino la fase de darse a conocer, de tocar puertas y conseguir los primeros contratos. Eran pequeños pero que les indicaban el camino y les dejaban aprendizajes. Uno, por ejemplo, con una tinta que se secó y las obligó a replantear toda la producción mientras lo solucionaban. También aprendían del manejo de cuentas y contratación.

La Fundación les abrió un pequeño espacio en el galpón institucional. Allí tiene sus máquinas y sobre todo, aire acondicionado, pues el proceso de estampado implica trabajar con mucho calor.  

+Vida y la Fundación Santo Domingo también fueron de los primeros clientes, con ‘mugs’ y camisetas.  Ahora cada una también busca sus pequeños contratos y le dejan una parte de la ganancia al colectivo, para hacer mantenimiento y seguir creciendo. Por ejemplo, necesitan una segunda plancha para cumplir con pedidos grandes. A una de ellas le encargaron unos suéteres en la Institución Educativa Jorge García Usta y dejó su parte para la alcancía común.

El pedido más grande ha sido de ciento cincuenta camisetas, cada una con diferentes logos en distintas partes de la prenda. Todo con una sola plancha estampadora y con estas seis mujeres turnándose a lo largo del día para imprimir, secar y planchar. “Teníamos esas ganas de sacarlo adelante. Al principio pensábamos que no podíamos, pero sí lo hicimos, aún siendo madres de familia que tiene que dejar todo organizado en casa antes de venir a trabajar”, cuenta Melie.

Más Color Bicentenario

Pedidos: 313 541 80 16

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Soy Bicentenario 2023

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