CULTURA SALVA VIDAS
VOCES MUSIC
A Jonathan Julio Saavedra Valenzuela no se le olvida el día en que su mamá lo descubrió cantando en un bus.
“Yo me rebuscaba cuando salía de clases. Ella no sabía que yo rapeaba los buses y yo no le decía eso a nadie porque estamos hablando de casi veinte años atrás, cuando el rap no era muy valorado en la sociedad; la idea era que el que hacía rap era un bandido”.
“Y entonces yo vengo cantando en mi bus, cuando veo que una señora se para y se me queda viendo la cara: ¡era ella!. Del shock me quedé callado y diciéndome por dentro –Ay, dios mío, me metí en un problema–. Pero mi mamá me sonrió y me hizo un gesto de –Sigue, sigue–. Luego nos bajamos y hablamos. Me preguntó por qué hacía eso y yo le dije –Mami, a mí me gusta; yo soy rapero–. Ella me dijo –Si tú quieres ser rapero, está bien por ti–. De ahí para delante cogí moral, más fuerza y ganas de seguir hacia adelante con todos los hierros”.
Jonathan nació y creció en Turbana, pero siempre con Cartagena a la mano, yendo y viniendo. Aquí terminó el bachillerato y estudió la carrera técnica de obra civil en el SENA. “Yo soy albañil porque mi papá toda su vida lo ha sido; desde los catorce o quince años he cogido un palustre, he pegado ladrillo y baldosa, sé lo que es repellar y estucar, montar un cielo raso. Estudié solo para ponerme un título formal, pero yo ya sabía. Trabajé con empresas y también por cuenta propia. Todavía me salen pequeños contratos”
A Bicentenario llegó cuando tenía veintitrés años, esposa y dos hijos. “Ya llevamos once años en el barrio; he visto cosas buenas y malas, pero también veo que sí hay forma de cambiar; Bicentenario es muy bonito”.
Con la música comenzó desde los trece años, cuando escribió su primera canción de rap. “Sí soy capaz de hacer otros géneros porque ya lo he probado, pero el rap es como mi libre expresión, mi forma de desahogarme y decir las cosas”.
Tuvo sus años difíciles de adolescencia. “Pero llega ese momento de mi vida donde me enfrasco directamente en la música, a los diecisiete o dieciocho años. Entonces me dije: –Pero si yo hice una canción que le gustó a la gente, no soy solamente una persona problemática, también soy una persona con arte y cultura; una persona que más allá de un problema también puede generar conciencia–. De ahí parte el amor hacia la música; porque en el momento que conocí el arte también conocí un mundo distinto al que yo vivía de problemas y conflicto”.
Hoy vive más de la música que del trabajo como albañil, pero nunca lo ha dejado del todo. “La obra más grande que he hecho es la fachada de la alcaldía de mi pueblo, en la que quedó mi nombre y mi sello laboral; hasta el sol de hoy, después de cinco años está como si la hubieran construido ayer. Es una fachada grandísima, hecha en estructura metálica y concreto vaciado, con cuatro balcones y muy bonita, con buenos acabados”.
Senén Castillo, el alcalde que se la encargó, es a su vez autor y cantante vallenato. También lo llamó para desarrollar como gestor cultural un proyecto que llamó Escaleras Desarrollo.
“Trabajaba con jóvenes de catorce y quince años que estaban cambiando su mentalidad de niño a adolescente y hombre. Era el momento exacto de meterles la inyección de la cultura. De decirles –Tú no puedes pensar en pistola o en cuchillo. ¿Por qué? Porque tú tienes actitudes culturales, tú tienes esto o aquello como artista, sabes dibujar, sabes cantar, sabes rapear–. Por eso eran las Escaleras Desarrollo, para que escalaran otro peldaño hacia adelante”.
Desde hace un par de años vive en La Sevillana, desde cuando sintió que ya estaban mayores y era el tiempo de corresponderles, estando pendiente de ellos. Sigue en contacto permanente con los jóvenes del barrio, tanto por la música, como por las acciones alrededor de la Cultura Salvavidas.
“Puedo decir que soy una persona influyente en Bicentenario, su barrio, a través de la música y del mensaje positivo. No me he inclinado a cantar cosas que otros hacen como que tengo pistola, que me tomo esto o aquello y después meto lo otro. Sino siempre dejarle un mensaje positivo: yo fui esto, pero ahora soy esto, para que vean que sí se puede tener una transformación personal y social siempre que tú quieras”.
PRIMERA CORONA
Puerto Inírida, Guaviare, alguna noche de 2008: mosquitos, humedad y selva. El cartagenero Edward Daniel Coronado López está prestando su servicio militar.
“Ese día nos mandaron a hacer una patrulla, estábamos en el área y en un momento libre escucho a un compañero que está en su hamaca, metido en su cambuche, como rapeando algo; cuando me le acerco veo que está escribiendo una canción en un cuaderno”.
“Entonces le digo –Ven acá, enséñame cómo es esta vaina que a mí me gusta–”. El colega empezó a explicarle cómo marcar el tiempo con el pie, a jugar con las palabras para formar los renglones y las rimas y a que el tema tuviera coherencia.
“Y ahí empecé en mi cambuche con mi primera letra y se la mostré. El compañero me dio moral y también los otros. De ahí me cambió la mente y cuando salí del servicio me dediqué a la música; no busqué hacer curso de vigilante ni para trabajar en empresas, ni nada, porque eso me iba a prohibir mi luz o mi físico, mi vaina, entonces no me iba a poder dedicar a mi musa”.
En la selva comenzó todo. Hasta el nombre artístico. Como en el ejército se llama a alguien por el apellido, su Coronado tantas veces repetido se convirtió en ‘Corona’ y luego en el Primera Corona, por el que ahora se le conoce.
El rap que aprendió en el Guaviare no era su primera opción musical. Hasta entonces era muy ‘champetúo’. “A mí me gustaba en pila la champeta. En esa época sabía cantar los discos de Vico C o de Big Boy, que venían siendo algo de rap, pero eso era la excepción de lo que yo escuchaba”.
Pero además el ancestro lo llamaba a otros ritmos. “Mi viejo, que se llamaba Eduardo Santos, era director de su banda de porro en Ciénaga de Oro, en Córdoba. Y aunque era analfabeta, aún así entendía partituras de música y les enseñó música a mis tíos. Mi mamá también tenía una bonita voz de cantante. Yo crecí y me crié en Cartagena, en San José de los Campanos, pero mis raíces y mi sangre por parte de padre y madre vienen de Córdoba”.
Ambos murieron muy jóvenes: el padre, a los 42 años y la madre, Blanca Elena, a los 35. A los trece años quedó huérfano y a partir de ahí vino su cuesta abajo: se retiró del colegio en noveno grado, conoció las drogas, tomó el camino equivocado.
“Después de ese mundo tuve que irme huyendo de aquí por cosas malas que hice, me fui para Córdoba. Allá aprendí a trabajar en carpintería y en otras cosas para no volver a meterme en malos pasos”. Luego se fue a prestar el servicio militar.
A Bicentenario llegaron hace siete años por su hermana, a la que le adjudicaron una vivienda como desplazada por la violencia. Al principio no le gustaba ni se adaptaba; hoy donde no se siente cómodo es en San José de los Campanos. “Después que no me gustaba, ahora siento que esta es mi área”.
Percibió la falta de oportunidades y de apoyo, las drogas y las pandillas. Fue entonces que decidió juntar fuerzas con Jonathan Saavedra -Voces Music– para crear un colectivo “que incite a otros jóvenes a que sí hay oportunidades por la cultura y que salgan de ese mundo”. Así nacía Cultura Salvavidas.
“Desde entonces, sin el apoyo de entidades gubernamentales ni de ninguna otra, hemos echado adelante y seguimos haciéndolo día a día. Y la idea es formalizarla, registrarla como una fundación para que estemos constituidos legalmente y podamos formular proyectos para beneficiar a muchas personas”.
La música nunca ha parado. Lo único es que ya no es solo escribir: hay que producir, grabar pistas, masterizar, gestionar para algún evento o actividad, manejar redes sociales. Todo eso significa esfuerzo, tiempo y no pocas veces dinero que sale del propio bolsillo.
Ha avanzado en siete canciones de las doce o catorce que espera tenga su álbum Resistencia, junto con Voces Music. “No hemos hecho todavía ni un video y eso se necesita para distribuir en las plataformas: videos bacanos, que son lo que más venden, pero la producción sale de nuestro bolsillo y eso pone las cosas más difíciles. Si fuera por nosotros, nos mantuviéramos todo el día en el estudio de grabación”.
Primera Corona sigue trabajando, además, en el material propio, con miras a un álbum que podría llamar Apócrifo. También acaricia la idea de fusionar su rap urbano con el porro ancestral de su padre.
Con Cultura Salvavidas sigue haciendo ensayos y ejercicios con un grupo de jóvenes de Bicentenario y barrios cercanos. También en otras actividades, como el reciente Festival de Cometas. Para ayudarse económicamente hace tatuajes acomodados a la capacidad de los muchachos del barrio.
A sus treinta y cinco años ha cambiado el enfoque. “Antes solo miraba la música como una herramienta para conseguir dinero o fama. Pero ahora digamos que veo la música de otra forma, pienso en el mensaje; uno que sea contundente y real, para ayudar a otras personas”.
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