NUESTROS ORÍGENES

Ciudad del Bicentenario es el macroproyecto de vivienda de interés social más grande de los nueve que hay en el país. Ha sido un reto urbanístico, pero también un reto social. ¿Cómo se gestó y cómo fueron los comienzos? ¿Qué memoria guardan sus primeros habitantes de aquellos días en que no solo estrenaban una casa, sino también una nueva vida y una nueva ciudad dentro de la ciudad?

Los macroproyectos de vivienda de interés social nacional surgieron como un mecanismo para darles vivienda digna a las poblaciones más vulnerables y ayudar a bajar el déficit de vivienda del país. Por definición son casi una urbe por sí mismos. Sin embargo, al pasar por la Corte Constitucional no se los autorizó porque excedían las competencias de los municipios con sus Planes de Ordenamiento Territorial. Pero, eso sí, dejó en pie a los nueve que habían comenzado.

El nombre original del macroproyecto era Pedro Romero, por el héroe popular de nuestra Independencia. Pero en el proceso el Distrito surgió la idea de celebrar los dos siglos de Independencia con el nombre que ahora ostentamos.

Se requería un terreno realmente grande. La Fundación Santo Domingo empezó a buscarlo hacia el año 2008, con escaso éxito porque la tierra en Cartagena es muy costosa. El ingeniero Gustavo Adolfo Contreras, ha desempeñado diversos cargos en la Fundación, incluido Villas de San Pablo, en Barranquilla, el otro macroproyecto impulsado por esta institución, y estuvo desde el comienzo en este macroproyecto.

“No se encontraba la cantidad de tierra necesaria y amplia y que tuviera la cobertura de los servicios públicos para darle cabida a la gran cantidad de viviendas que se iban a construir. Y también al componente de infraestructura social, los colegios, los hospitales, los parques, los espacios públicos y demás. Después de una intensa búsqueda se adquirieron trescientos ochenta y ocho hectáreas, en el límite entre lo urbano y lo rural, pero que justo alcanzaban a ser cubiertas por el Plan Parcial”, recuerda Gustavo.

“El primer bulldozer entró en abril de 2009, para hacer el carreteable de acceso a esas tierras, destinadas a actividades agropecuarias. Nos apoyaron muchas instituciones, entre ellas la Universidad Tecnológica de Bolívar, en la parte de interventoría y en los diseños de ingeniería, redes hidráulicas, sanitarias y eléctricas”.

El primer grupo de habitantes fueron las 230 familias a las que el Distrito les aprobó el subsidio de vivienda, en diciembre de 2010.

“Uno como ingeniero y profesional se enfrasca mucho en la parte técnica, pero cuando se van a entregar las casas uno siente una emoción y una motivación indescriptibles. Esos no eran tiempos de pandemia: los vecinos se acercaban y te daban el abrazo y el beso. Cada persona tiene su propia historia; uno se hace amigo de ellos; nos cuentan sus anécdotas; reciben esa vivienda con tanta alegría, dándole gracias a Dios, y son cosas que uno como persona le llegan al sentimiento”, recuerda Gustavo.

Gustavo Adolfo Contreras

“ Llegamos a Bicentenario en diciembre de 2010. Veníamos de las faldas de la Popa en San Francisco. Nadie nos quería traer porque supuestamente esto era muy lejos. Llegué con Carlos Eduardo, mi hijo que entonces tenía diecisiete años y con Wendy, de catorce. La primera dificultad fue encontrar colegio para ellos. A él le faltaba solo un año y ella, dos. No había uno cerca. Al fin les conseguí cupo en el INEM, así que tocaba buscar la plata de los transportes y levantarme temprano para hacerles desayuno y almuerzo porque era lejos y regresaban tarde”.

“Mi mamá, Carmen Martínez, vive al lado mío. Nos ubicaron como estábamos allá. La señora que tengo al otro lado es mi vecina en San Francisco de hace 35 años y así sucesivamente. Fuimos las 135 primeras familias reubicadas de allá”.

“El día que nos entregaron la casa, Wendy metió la llave en la cerradura. Cuando la vimos por dentro por un lado estábamos contentos porque teníamos una casa que no se nos iba a mojar ni el sol a maltratarnos, pero por otra parte era una casa en obra negra, cuando nosotros ya teníamos nuestras viviendas totalmente terminadas”.

“Siempre he trabajado en modistería. Primero en talleres y después me independicé, cuando tuve a mis hijos. Con la máquina los he levantado hasta sacarlos profesionales y he adquirido lo que tengo hoy. Los primeros años acá fueron bastante difíciles puesto que yo tenía una clientela muy buena en San Francisco, pero se perdieron los contactos. Me tocaba traer y llevar los encargos, que no eran remiendos sino de maquila”.

“Al ver hoy a Ciudad del Bicentenario es claro que está saliendo rápidamente adelante. Contamos con colegios, el puesto de salud, una biblioteca, dos CDI y han venido nuevos habitantes.

Me siento agradecida con Dios, por algo pasó lo de la falla geológica para colocarme en este barrio que para mí ha sido muy bueno. No es que sea ingrata con San Francisco donde crecí y nacieron mis hijos, que me dió muchas oportunidades y felicidades. Pero si me los pusieran en una balanza yo elegiría Bicentenario”.

Gina Judith Gonzálz

“ Llegamos con mi mamá y mis dos hijos en 2012 por la falla geológica de San Francisco. La niña tenía catorce y el varón, seis. Fue una bendición porque teníamos de nuevo un espacio propio tras haber perdido nuestra casa. Siempre le pedí a Dios un barrio donde las casas y todo fuera nuevo. Eso se me concedió”.

“Yo tengo una discapacidad y acababa de salir de una situación clínica. Pero aquí no teníamos acceso a servicios médicos ni a colegios. A los chicos había que sacarlos en unos buses que nos ponía el Distrito.

A Yeridlad, la hija mayor, le dió duro porque había un letrero que decía Bienvenido a Cartagena y ella sentía que vivía fuera de la ciudad. Pero luego se enamoró tanto del proyecto que se convirtió en una líder social muy conocida en la comunidad”.

“El día de la firma fue un acontecimiento social y familiar. Todos nos vestimos de gala, aunque solo dejaran entrar a mi mamá a las oficinas de Corvivienda. Mi casa la conocí el 15 de diciembre de 2011, pero solo la fachada. Por dentro conocía otras, pero no era lo mismo.

El 31 de diciembre vinimos y en el frente esperamos los pitos y nos dimos el abrazo de medianoche. —Este es el primero de muchos años que vamos a pasar acá—,

nos dijimos. En febrero nos entregaron las llaves en un acto simbólico en el parqueadero. El trasteo fue ocho días después.”.

“Por mi hijo conocí actividades que se realizaban en la comunidad como las vacaciones recreativas. Decidí hacerme voluntaria. Él ya es adolescente, pero yo seguí. Sembramos muchos árboles, que nos donaban algunas empresas. Pusimos algunos frente de las casas para que la gente los adoptara, para hoy, diez años después, disfrutar de la sombra que generan. Me molesta mucho cuando veo alguien talar un árbol sin siquiera preguntarse cómo llegó ahí”.

“Solo le pido a Dios que las cosas sigan mejorando. Nos falta mucho trabajo en tejido social porque tenemos que desaprender cosas para aprender otras nuevas. Aquí hemos venido creciendo como familia, hemos pasado muchísimas cosas espectaculares”.

“ Vinimos de las Lomas de Marión, en Zaragocilla. La casa no se había caído del todo, pero los bomberos nos dijeron que teníamos que salir. Creíamos que la adjudicación se demoraba bastante, pero nos buscaron en un tiempo récord. Al principio fue bastante duro porque llevábamos doce años allá y estábamos acostumbrados al entorno. Los primeros días nos sentíamos un poquito desesperados, porque la fuente de trabajo no era igual”.

“Llegamos con mi esposa y mi hijo, que tenía diecisiete años, a la manzana 5, a la que llegaron los primeros habitantes.

El ganado caminaba por aquí porque esto era puro monte todavía. Apenas se había mudado como el veinte por ciento de la primera fase de casas”.

“A los veinte días llegó Julio Segovia a la casa y me dijo: —Jairo ven acá, vamos a echarle mano al deporte, a preguntar a quien le gusta el softbol y armamos un campeonato de novatos—. Lo celebramos y en adelante nos hicimos notar como los coordinadores de deportes y recreación. Luego organizamos otro más grande, con doce equipos. La Fundación nos acogió y nos invitaron a organizar un evento que incluyera disciplinas como el fútbol, el voleibol y otras. Lo llamamos Copa Bicentenario. Hubo un desfile por todas las calles con los niños. Los uniformes nos los patrocinaron Aguas de Cartagena, Surtigas y otras firmas. Quedó excelente. Eso fue como al año de estar viviendo acá”.

“Cuando llegamos había como una guerra entre El Pozón y Flor del Campo. Pero eso se fue pasando. Total que nadie se acuerda de esas peleas. Ahora el barrio está totalmente quieto en ese sentido. Uno puede caminar tranquilo por la noche, al menos en esta primera fase de Bicentenario”.

“En la casa ahora vivimos solo mi mujer y yo. Nuestro hijo se organizó y vive en otra casa aquí en el barrio. Nos hemos acostumbrado de tal manera que si pasó afuera mucho tiempo, cuando cae la tarde me desespero y quiero venirme para mi barrio. Así es el amor que le tengo a Bicentenario, que en ningún otro lugar me siento cómodo”.

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