HERMANO NÉSTOR POLANÍA “La Educación Libera”

Desde hace cuatro años es el rector del colegio Jorge García Usta. Un convencido de que los milagros suceden todos los días en los salones de su institución escolar.

En el barrio se le reconoce como un hombre amable y bonachón. Es muchísimo más que eso: un experto y gestor, un hombre de acción, de reflexión y de fe. Nos recibió en la sede de este colegio, entregado nuevo hace seis años a la congregación de los Hermanos de La Salle, en un convenio con el distrito. No es lo común para esta comunidad, más enfocada en colegios para las clases medias y altas de las grandes ciudades.

“De mi generación quedamos unos tres hermanos. Somos la generación bisagra de la década de los años 60 y 70: la época del Concilio Vaticano, de la Teología de la Liberación, de Woodstock, de París en 1968; la de la inconformidad social, la del ‘paren el mundo que me quiero bajar’. Se nos inyectó la necesidad de comprometernos socialmente. Nos enseñaron a pensar que Jesús salva, pero no arrodillado en la iglesia sino afuera, con el hombre perseguido; que la salvación se da aquí, no en el cielo; que hay que rezar, pero no es suficiente; que hay que hacer cosas por la gente y comprometerse con los que están más fregados. Eso choca con visiones más contemplativas. A veces uno siente que lo ponen un poco al lado, como el revoltoso, pero mientras la comunidad nos lo permita seguiremos comprometidísimos”.

Proviene de una familia bogotana con una visión espiritual amplia. Su padre era católico y su mamá, de origen judío. Convertirse en religioso no fue su primera opción. Sí lo fue la publicidad, que estudió como carrera profesional. Luego descubrió la vocación, cuya semilla quizás fue plantada durante primaria y bachillerato en un colegio de La Salle.

Como buen lasallista, estudió Pedagogía y se especializó en Educación. Luego ha trabajado en muchos proyectos en comunidades populares y excluidas. Por ejemplo, una universidad indígena en Ciudad de Guatemala o un colegio en San Juan del Cesar para niños agricultores. Su penúltimo proyecto, antes de llegar a Ciudad del Bicentenario, le es muy querido: el Proyecto Utopía, una universidad campesina en Yopal.

Cuando la obra estuvo andando, su congregación lo puso en Ciudad del Bicentenario, que llevaba dos años en marcha, de la mano de otros dos hermanos.

“Se había llegado a un punto crítico porque la tensión con la comunidad educativa era muy fuerte y difícil de manejar. En mis dos primeros años tuve que resolver problemas heredados: violencia, maltrato, robos, tráfico de armas blancas, uso de drogas en el colegio, embarazos adolescentes. También la inestabilidad laboral de los profesores que se iban porque no se habían enamorado de los niños ni de la obra. En eso hemos avanzado en los últimos cuatro años”.

Uno de los enfoques más exitosos con temas de drogas o violencia ha sido la relación interpersonal. “Si hay dos niños usando drogas resolvemos el problema con ellos, no con el colectivo. Nunca frente al salón de clase.

La clave fue individualizar los problemas, tratarlos a ellos con mucho respeto, sin juzgarlos, escucharlos y brindarles apoyo. Así logramos recuperar y graduar a muchachos que traficaban drogas o tenían otros problemas. No en todos los casos se logró, pero sí se avanzó muchísimo”.

“Tengo la convicción de que la educación libera. Uno puede tener un pueblo con dinero, con servicios, pero si no está educado es pasto de los politiqueros, de los manipuladores. La educación empodera a la mujer, al afrocolombiano y al niño. Es la herramienta más revolucionaria de la que podemos disponer. Soy un comprometido, con educar a los que necesitan su lugar en el mundo. Lograr que un muchacho del barrio haga una carrera técnica o universitaria, que pueda encontrar un trabajo o montar su pequeña empresa, es un acto liberador y a la vez un milagro. Yo les digo a mis profesores: ‘Dios hace milagros aquí, lo que no hace es magia; los milagros los hace a través de nosotros’”.

Vive en Torices en un apartamento con otros hermanos que trabajan en el colegio de La Salle en ese barrio. Según la tradición lasallista, podrían moverlo a final de este año, pues lo común es durar entre tres y cuatro años en cada asignación. “Sin embargo, hay ocasiones en las que un proyecto requiere de más tiempo. Además, hubo casi año y medio de paréntesis por covid. Entonces es posible que me quede un año más, pero no es seguro”, explica.

Vivir en Ciudad del Bicentenario ha sido un cambio positivo, dicen una y otra vez los vecinos que participaron en esta primera edición.

Viven sabroso, como la sopa que se preparan Jesús David Polo y el hermano Néstor Polanía, habitantes de nuestro Macroproyecto, que, como veremos en estas páginas, son la esencia, o mejor dicho, “la sustancia”, de esta comunidad.

Bicentenario nació hace ya 11 años y, hoy en día, se ha posicionado como el mejor polo de desarrollo integral del país al ser una realidad con casi 20 mil personas habitando en ella, y una proyección de 40 mil ciudadanos en los próximos cuatro años. Esto gracias a un modelo en el que además de proporcionar vivienda digna y una infraestructura social de alta calidad, también se contempla el desarrollo económico y social enfocado en su gente.

Es importante destacar que en estos primeros años como Macroproyecto, hemos avanzado como comunidad, tenemos iniciativas y hábitos que hacen que vivir en Ciudad del Bicentenario sea una cosa “sabrosa”, un avance para la vida personal y laboral. En este escenario, Soy Bicentenario será un medio en el que nos conozcamos y reconozcamos como vecinos y habitantes de un mismo territorio, un proyecto colectivo que llega a darle fuerza a nuestras historias.

Además de esto, queremos recorrer la base material que conforma el Macroproyecto, su infraestructura actual y los planes a futuro. Como lo hemos visto, el diseño urbanístico ha sido fundamental. Ciudad del Bicentenario cuenta con espacios públicos para todos, que fomentan la vida en comunidad, con un gran equipamiento urbano como colegios y centros de desarrollo infantil de primera categoría.
Además, tenemos a disposición una biblioteca, un centro de salud, parques y zonas de circulación y paisaje.

El urbanismo del Macroproyecto le apunta a un concepto llamado “ciudades de 20 minutos”, aquellas que tienen todo a la mano, sin tener que hacer grandes desplazamientos. Teniendo esa base urbanística bastante desarrollada — más toda la que está por venir—, lo fundamental es cómo construimos nuestra vida y desarrollamos sentido de pertenencia.

En nuestras distintas ediciones, prevalecerá el optimismo por esa vida y ese futuro compartido. Cada dos meses, las páginas de Soy Bicentenario son y serán de todos. Nuestro enfoque serán las historias de vida, los grandes procesos, la mirada más comprensiva de los problemas que nos aquejan y la explicación de fondo de las buenas cosas que están por venir.

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