NUESTROS ESPACIOS VERDES

Ciudad del Bicentenario está diseñada para ser un sitio con buenos espacios públicos, con mucho verde y sitios para los niños, para sentarse a conversar o para pasear entre sombras. Crear comunidad y un nuevo modo de vivir juntos también pasa por comprometernos con esos espacios.

El problema

A pesar del diseño urbanístico, cuyo objetivo es garantizar una gran calidad de vida, en Ciudad del Bicentenario hay muchos espacios verdes y públicos que no son lo que debieran ser: la maleza crece donde no debería; hay zonas resecas donde se marchitó lo que alguna vez se sembró; y hay invasiones de espacio en áreas que son de todos.

Para caracterizar el problema hablamos con varios líderes como Clara Isabel García Varón, quien lleva once años viviendo en Bicentenario. “A veces uno se decepciona por la gente que hizo alguna mezcla o le quedó algún escombro, pues todo eso va a parar a las zonas verdes. Es como si no se tuviera amor por el barrio. Sí hay ideas que pueden funcionar, pero lo primero es despertar a la comunidad. Yo he limpiado con vecinos.

Recogemos basura, sembramos árboles. Pero mientras hay un grupo que limpia, otro se encarga de dañar”.

Domingo Ramos Zúñiga ha trabajado treinta años en mejoramientos urbanos. “El salón comunal lo entregaron en su
momento pero esto aún no estaba poblado y cuando llegamos ya estaba desmantelado. Ahora queremos cambiarle la cara. Pero lo
primero que tenemos que entender es que llegar acá significa un cambio positivo en nuestro modo de vivir. De donde muchos
veníamos no había acueducto, buenos servicios o espacios públicos amplios. Aquí sí los tenemos, pero no los sabemos cuidar y aprovechar. Muchos vecinos no han entendido ese cambio tan profundo. Si se hace una observación, algunos me preguntan:
‘¿es que te están pagando?’. Yo les respondo: ‘No. Me paga Dios’. Estas son obras que se hacen de trabajo social, sin ninguna voluntad de recibir dinero”.

Rubiela Gómez Castro lleva siete años en el barrio y liderando con otros vecinos estos temas en la supermanzana 74. “No tenemos sentido de pertenencia. Echamos muchas basuras, no arreglamos los árboles, no estamos pendientes de cuidarlos. Cuando uno siembra un árbol siembra una vida que nos protege del sol y produce oxígeno. Pero tampoco es sólo sembrar, sino cuidar.
También necesitamos parques para los niños, no tenemos un sitio de recreación pese al espacio que poseemos. Aquí cerca de la manzana nos entregaron uno, pero la misma comunidad lo destruyó. Espacios así no sólo los disfrutan los niños sino también
las personas mayores”.

Los tres coinciden que en la base de todo hay un problema de actitud y conciencia. Suelen sentirse desmotivados con los malos comentarios o las insinuaciones, que son bastante frecuentes.

La solución

Para encontrar algunas buenas ideas, afortunadamente no hay que ir al otro lado del mundo. En el barrio hay experiencias que nos dan algunas luces. Entre esas, la Supermanzana 72 destaca por sus resultados, fruto del trabajo de vecinos que se concentraron en encontrar la mejor manera de entenderse, pese a sus orígenes muy distintos. Unos venían de las casas del antiguo Instituto de Crédito Territorial afectadas por la ola invernal de 2010. Otros, desplazados por el conflicto. Los terceros eran familias trabajadoras que compraron sus casas a precios razonables. Al principio se temían los unos a los otros, creyendo que iba a ser difícil convivir. Sin embargo, pronto surgieron liderazgos en los tres grupos y acordaron la manera de trabajar juntos. Esa es la base fundamental de todos los resultados posteriores.

Miguel Londoño habla de la adaptación: “Había mucha soledad. No estaban todas las casas habitadas. Teníamos un barrio con muchos problemas, pero también con cosas positivas. A los líderes nos tocó organizar. En la Fundación nos dieron el apoyo y así se dieron algunas cosas. Nos tocaba podar a nosotros mismos las zonas verdes, tratar de organizar algo porque había demasiado monte. Hasta velábamos para que los perros no estuvieran ensuciándose”.


Emerson Hernández Serpa agrega: “Cuando llegué hice un recorrido por la supermanzana y el sector. Donde está el parque era una zona que había que rescatar. Ahí tiraban animales muertos y basura. Los dueños de lo ajeno lo usaban para esconderse porque había mucho monte. Yo soy contratista en obra civil, con compañeros arquitectos e ingenieros. Con la constructora en la que trabajaba hicimos el diseño del parque. Se lo presentamos a Corvivienda, con la buena noticia de que hubo un sorteo de unos parques en Cartagena y, como ya teníamos un avance de la maqueta, nos lo ganamos”.


“En quince días empezamos a trabajar con mano de obra local. Muchos jóvenes trabajaron como voluntarios. Les dábamos una bonificación por el trabajo para que también pudieran ayudarse ellos y a sus familias. La construcción demoró unos cuarenta y cinco días. Fue rápido porque el terreno estaba bastante plano y había varias plantas crecidas. Con la plantilla lo que hicimos fue buscarle una ubicación a los juegos y a las máquinas saludables”.

Carmen Villadiego. “Llegué con la expectativa de que nuestros años venideros una mejor calidad de vida. Que signifiquen otro modo de vivir. Nos hemos aceptado los unos a los otros. Vengo del grupo de San Francisco que tenía unos señalamientos muy negativos. Pensaban que éramos gente conflictiva, cuando era todo lo contrario: personas trabajadoras que tenían sus casas propias y debían sacar a sus hijos adelante. Las familias que estamos acá nos sentimos felices y hemos vencido el miedo”. “Después de que se estrenó el parque, vino todo el manejo comunitario. Después de la inauguración se hizo un comité pro-parque al que se postularon varios vecinos que vivían en los márgenes del parque”.

“Teníamos el problema de los jóvenes que querían tomar el parque para buscar conflictos. Como comité nos dimos a la tarea de resolverlo. Tuvimos que quitar unos juegos infantiles porque algunos jóvenes querían montarse en ellos para destruirlos. Entonces, ¿cuáles eran nuestras alternativas? No podíamos decirles ‘no vengan al parque’, pues habría sido discriminación. Llegamos cuatro vecinos del comité para hablarles y escucharles. Esa es la pedagogía que hay que hacer como buenos líderes. Ellos se cansaron y ya no vienen”.


“Acá vienen muchas familias con sus niños; jóvenes a jugar ajedrez o dominó en las mesas, y también a estudiar por el wifi público. Cuando se cumplió el aniversario de la manzana pintamos el parque. Queremos adornarlo con más plantas y flores porque la naturaleza es lo que embellece. El parque va a cumplir dos años en diciembre y para su reinauguración vamos a instalar de nuevo los juegos infantiles guardados. Ya hemos recogido unos fondos con ese fin”, explica Miguel.

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