AMOR POR LAS SOPAS

Cada país, región o ciudad tiene sus antojos de comida. En Ciudad del Bicentenario las ganadoras son las sopas. Las hay para todos los gustos. Son sabrosas, resuelven rápido y ayudan al bolsillo. Además, mueven la economía del barrio. Hablamos con varios de sus cocineros, comenzando por Laine, la primera que comenzó con este oficio.

Laine Luz Lozano

Vive aquí desde hace más de diez años. Pero llegó sin un peso y sin trabajo. Pronto se hizo amiga de los vecinos. “Los muchachos que hacían los hierros aquí atrás le preguntaron a una muchacha que si les quería hacer comida. Ella les dijo que no, pero que su vecina no está trabajando. Cuando vinieron donde mí les dije: ‘Las ganas las tengo, lo que no tengo es el dinero para el mercado’. Entonces ellos me consiguieron cien mil pesos para comenzar y pude hacer mercado para prepararles el almuerzo de dos semanas”.

“Pronto la gente de acá me venía a comprar la sopa o el seco. Además estaban los maestros que estaban terminando las casas en obra gris. Después vinieron los obreros de las torres. ¡Más gente! Yo nunca había hecho negocios de comida corriente. De fritos, sí. Había trabajado en restaurantes de Bocagrande. ”.

“En esta cocina me le mido hasta cien comidas. Alguna vez a la policía les hice cien arroces con pollo. A mí la demora es que me digan que mande comida para Bocagrande, que para allá va. No me le arrugo a nada”.

“Hay días en que se vende muy bien, como otros en que no se vende nada. Me levanto a las cinco y media o seis de la mañana. A las once ya está listo todo. La jornada puede terminar tipo dos y media. Trabajo de lunes a viernes y si el lunes es festivo, hasta el sábado. El domingo solo trabajo si me piden unas comidas especiales. Siempre intento variar los platos porque conozco a mis clientes: pollo, carne guisada, cerdo, mojarra”.

“Antes de la pandemia mi cliente era del barrio, ya no el constructor. Hay vecinos que a veces no cocinan en la casa y vienen a comer acá o mandan a comprar sopa. También me llegan personas que vienen de afuera a trabajar a Bicentenario. Pero con la pandemia se bajó mucho todo. Y yo me quedé sin mi reserva de mercado, así que me toca prestar plata para el diario”.

“En el Festival del Frito de Ciudad del Bicentenario del año antepasado me dieron un reconocimiento. También en un proyecto del PNUD, llamado Asentamientos Sostenibles me dieron un buen apoyo: dieciséis sillas, dos ventiladores, una olla industrial, otra normal, una vajilla y juegos de cuchara, trinche y cuchillos”.

“Tengo dos hembras y dos varones. El menor fue el único que vivió aquí conmigo un tiempo, pero ya está grande e hizo su vida. Mi marido se llama Eugenio Blanquicet. No tenemos hijos, pero tenemos veintiún años de estar juntos”.

Alfonso Valencia

Comenzó con su negocio, que también se llama La Bendición de Dios, hace más de seis años. “Todos los días tenemos sopa y seco, que se venden muy bien, pero lo que nos diferencia son las comidas tradicionales como el arroz con coco, el arroz de fideo o con frijol y las carnes especiales. Los viernes y domingos siempre hay menú especial. Los domingos, fijo hay sopa de mondongo. De las sopas se pueden vender unas sesenta en los días de entre semana. No es solo el sabor sino la necesidad. Los alimentos están caros y con una sopa te acomodas por dos mil o tres mil pesos”.

“Todos los días hay que madrugar, a las cinco y media por tarde. Para la una o dos de la tarde estoy desocupado y puedo cuidar a mis tres hijos, que están pequeños”.

Nicolás Anaya Beleño

“Cuando llegué a las casas moradas al frente todo era monte. Pero me dije: ‘esto va a crecer’. Los primeros días vi la cosa como enredada. Antes trabajaba vendiendo yuca o ñame en una carreta en Socorro, Jardines y La Consolata. El primer día que salí de aquí no sabía ni para dónde iba. Por fin pude llegar al mercado para traer cosas. Siempre vendía algo, pero aún me sentía enredado. Luego empecé el negocio de la comida. Marley Castro, mi mujer, fue trabajadora mía. Un día me pidió que la ayudara para poder darle de comer a sus dos hijos. Empezó a pelar maíz, a moler para los bollos de mazorca. Al comienzo éramos amigos nada más. Un día me dijo: ‘Ay negro, tráeme un bultico de maiz verde para hacer buñuelos de maiz’. Se lo traje. Después me dijo: ‘Consígueme cien mil pesos que voy a vender sopa ahí en la esquina’. Otra vez me dijo: ‘Vamos a hacer unos pasteles y partimos las ganancias’. De pronto nos íbamos haciendo más amigos. Hasta que un día le dije: —Oye, nosotros estamos es perdiendo el tiempo. Tú estás sola, yo estoy solo—”.

“Hacíamos unos fritos en la esquina del frente, pero nos cogían esos aguaceros: nos mojábamos nosotros y se nos mojaba el carbón. Algún día me dijo: ‘Si no conseguimos una casa en el barrio no trabajamos más’. Al poco tiempo desocuparon esta esquinera y nos la alquilaron. La que cocina casi siempre es ella. Viene de San Onofre y tiene una sazón buenísima. En este punto buscan mucho la sopa. Ella le echa de todo: yuca, ñame, mazorca. Yo también cocino legal: sopa, arroz con coco, pescado guisado. Los domingos vendemos sopa de mondongo, hasta 120 porciones. La olla queda limpiecita”.

Óscar Ramos Díaz

Nació en María La Baja y allí creció hasta que la violencia los obligó a salir. Vivieron quince años en El Pozón hasta 2014, cuando a la familia le salió el apartamento en una de las torres. Ahí viven desde entonces con su mamá, su padrastro y sus cuatro hermanos. “Llegar acá fue algo inesperado. En El Pozón teníamos la vida hecha, las rutas definidas, qué hacíamos, los amigos. Fue difícil. Primero porque acá no había ningún tipo de comercio y había que caminar hasta Flor del Campo para coger transporte”.


“A los dos años de estar aquí, empecé haciendo postres o pasteles y cuanta cosa de comida se pudiera. Un domingo que otro hacía sopa. Comencé en la parte de abajo de la torre 17, donde vivo. Bajaba una olla desde el tercer piso. Luego aquí, que es espacio público, había un señor que fritaba y que todavía frita en las tardes, pero más temprano no hacía nada. Le pregunté si podía hacer mis sopas en esas horas y así comenzó el negocio acá. Eso fue hace como cuatro años, pero por la pandemia cerramos totalmente un tiempo. Hemos intentado volver a las actividades normales, pero no ha sido posible”.


“Entre semana ya casi no se vende sopa, pero el fin de semana sí. Los viernes y sábado hago sopita de hueso y el domingo, de mondongo, para el que pongo la olla grande, de cien litros. Parece mentira, pero los días de lluvia son buenos porque con el frío a la gente le tienta más tomarse una sopita”.


“Además, de las sopas tengo un trabajo alterno que ahora me ocupa bastante: doy clases y hago tareas dirigidas, preparación de exámenes o para entrar al SENA y consejería para escoger carreras”.

Marina Madero Castillo

Nació y vivió en Sabanalarga “hasta que la guerra me sacó de allá”. Trabajó un tiempo en Bogotá como cocinera. Vivió en el barrio hasta que la pandemia la obligó a cerrar temporalmente el negocio. “Este es mi único ingreso. Por mi edad ya no consigo trabajo en ninguna parte. Soy desplazada de San Francisco”.

“Hace unos cuatro años, con el permiso de una vecina puse un tendalito en una parte de su lote esquinero. Me comenzó a ir bien, pero me pidieron el espacio. Entonces el señor de la tienda me dijo que me viniera para acá afuera, al frente suyo”.

Su fuerte es la sopa. “Todos los días hago, pero no tanta. Algunos días me queda un poquito y como no tengo nevera, la regalo. Trabajo hasta el mediodía y luego dejo todo limpiecito”

Andrieli escorcia

Lleva tres años de vivir en Bicentenario y tres meses de trabajar en el nuevo negocio de Sobeida Ramos, donde se encarga de la sopa. “Trabajamos corrido con comida y fritos desde la mañana hasta la noche. Cada quince días descansamos los miércoles y en el negocio de la mamá, los martes: si no hay sopa en un lado, se consigue en el otro. Todo se vende. A veces los fritos no alcanzan a parar en la vitrina. El domingo se pone la olla más grande y se vende todo antes de la una de la tarde porque la gente está con menos ganas de cocinar”.

LA RICURA DE LAINE
SMZ 85 MZA 24 LOTE 14
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LA BENDICIÓN DE DIOS
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300 794 26 86

LAS DELICIAS
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