DE LA BELLEZA TAMBIEN SE VIVE
Dos experiencias en Bicentenario nos muestran que la estética y el corte de cabello se pueden convertir en modos de vida digna y con mucho futuro. De por medio siempre hay mucho trabajo, algo de sacrificio y una voluntad de aprender siempre.
Deidis del Carmen Contreras Mendoza tiene treinta y nueve años, es de Matuya, un corregimiento de María La Baja. “Cuando tenía trece años vine a trabajar en una casa de familia en Cartagena y a terminar mis estudios”.
Durante el día trabajaba y en la noche validaba el bachillerato en el colegio Rafael Nuñez. A los dieciseis años suspendió los estudios porque quedó embarazada. Convivió con su pareja, pero la relación terminó cuando ella tenía veinte años.
“Mi hermana se había ido a Venezuela y yo me quedé en su casa en el barrio 20 de Julio; no había gas ni luz y se nos metían las ratas y las culebras. Ahí pasamos mucho trabajo, lloraba porque estaba sola con mi hijo y algunos días no teníamos ni para comer”.
Pero Deidis se las ingeniaba para tener ingresos, lo que le mandaban del pueblo lo vendía entre sus vecinos y así podía comprar otras cosas. “Por ejemplo: hacía bolis con los zapotes que me mandaban, pero nunca le contaba a mi mamá todo lo que estaba pasando. Simplemente tenía que esforzarme para estar mejor con mi hijo”.
“Cuando terminé el bachillerato, quise estudiar belleza, pero eso antes era muy costoso. Con mi venta de bolis pude pagar un curso de repostería; me llevaba los bolis a la clase y se los ponía a un señor que también los vendía en su tienda”.
El horizonte se despeja
Poco a poco, Deidis fue incursionando en lo que le gustaba. “Le pintaba las uñas a las vecinas; un día recibí un folleto de los cursos formales y decidí estudiar belleza. Fue difícil, en ese tiempo eran siete mil pesos semanales, más los pasajes y el niño, pero con esfuerzo pude. Luego me salió un trabajo en una peluquería y ahí fui cogiendo un poquito de cancha”.
Los primeros días fueron difíciles porque no le pagaban fijo sino solo por producción, pero las clientas no se dejaban atender por la ‘nueva’. Muchas veces Deidis regresaba a casa a pie, sin un peso y decepcionada. Pero poco a poco las clientas se acercaron mientras su cuaderno se iba llenado de notas que le recordaban cómo aplicar un tinte, por ejemplo. “Cuando me tocaba cepillar lo hacía solo para aprender y cuando no atendía a nadie, miraba y escribía todo; luego lo ponía en práctica con mis clientas del barrio”.
En el 2010, Deidis vivió un duro momento. “Entraron a mi casa y solo se robaron mis herramientas de trabajo, mis planchas que compré con tanto esfuerzo”. A pesar del llanto
tuvo que empezar de cero con ayuda de unas amigas y un señor que le fió algunos productos de peluquería.
Cuando su hermana regresó a la ciudad, Deidis se mudó a una pieza alquilada en el mismo barrio. “En ese tiempo pagaba ciento cincuenta mil pesos, no tenía ni una silla correcta para trabajar. Había unas clientas que me conocían y llegaban a mi casa; con una bolsa de basura y una silla, improvisaba y les lavaba el cabello”.
Más tarde Deidis se mudó a otra casa, pero siempre con el sueño de tener la suya propia. Ahorró cada mes y logró comprar una vitrina de segunda. “Las vecinas se burlaban de mí porque pensaban que no tendría con qué llenarla, pero poco a poco la fui surtiendo”. Esa misma vitrina bien surtida está ahora en su local de Bicentenario, en el primer piso de su casa propia, en el sector de dos pisos.
La fama de su trabajo se corrió voz a voz y más clientas fueron llegando. Más tarde tuvo que mudarse a un apartamento y ahí empezó a crecer su negocio. “Tenía un lavacabeza, una silla, una vitrina y con un préstamo de Mundo Mujer compré el aire acondicionado”. El negocio se llenaba y Deidis sentía que no podía descuidar más a su hijo ya adolescente; además, seguía laborando para el salón de belleza en Los Alpes.
Con el tiempo, aquel apartamento le quedó pequeño y Deidis se mudó a una casa más grande. Compró otra silla y contrató a una muchacha que le ayudaba con las uñas y la peluquería; pero en temporada los clientes se dispararon y tuvo que contratar a alguien más, hizo un letrero grande para el salón y dejó su otro trabajo para enfocarse en lo suyo.
La casa propia
“En la peluquería donde trabajaba me habían hablado del proyecto de casas en Bicentenario. Una amiga me hizo el préstamo en el banco para que comprara la casa de contado y yo se la voy pagando a ella. Tenía miedo porque alguna gente hablaba mal del barrio sin conocerlo; pero me he quedado sorprendida y me gusta mucho vivir aquí”.
Antes de mudarse ahorró y poco a poco fue acondicionando su casa. En febrero de 2019 llegó a Bicentenario. “Ese primer año fue muy duro, la gente no me conocía, venían pocos clientes y yo tenía deudas: la casa, las facturas, los productos y el curso de inglés de mi hijo”.
Pero muchas clientes fieles la siguieron a su nuevo salón. Sin embargo, los primeros fines de semana la tristeza la alcanzó. “Veía que no se llenaba, pero cogí fuerzas pensando que antes no tenía nada y aún así siempre había podido”.
Durante la pandemia, Deidis aprovechó que la Fundación Santo Domingo suspendió los cobros del crédito que había hecho para enrejar su casa y con ese dinero compró por internet productos para venderle a sus clientas. Al principio tenía mucho temor con eso y a veces pensaba que iba a perder la plata.
“Empecé a publicar en las redes sociales las balacas y turbantes, así fue como fui saliendo adelante en la pandemia. Las demás peluquerías cerraron, pero yo seguía y mantenía todo impecable”.
Hoy Deidis disfruta de su clientela fiel y le ha apostado a mostrar su trabajo en las redes sociales, donde se la puede encontrar como ‘Sala de Belleza Deidis’. De hecho por esa vía le están llegando bastantes nuevos clientes. Atiende por orden de llegada o cita previa, y se adapta a los horarios de sus clientas; no tiene problemas en madrugar o desvelarse.
En un futuro, espera brindar empleo a su comunidad. “Para esta temporada pienso contratar a alguien. Yo me proyecto, hago de todo un poco; hice un curso de barbería, de maquillaje profesional, soy asesora de imagen y he ido a Barranquilla a capacitarme. En la peluquería uno no se puede quedar atrás”.
“Me veo viviendo aún en Bicentenario, me han hecho propuestas para sacar mi negocio a otro lado, pero yo creo que desde aquí puedo innovar; tal vez ahora no tengo el dinero, pero a largo plazo sé que lo voy a conseguir”.
Sala de Belleza Deidis
350 874 84 50
305 429 83 94
Manzana 71. Lote 60. Bicentenario
Brandon Núñez es de Villanueva, Bolívar, donde creció. Cuando terminó su bachillerato se mudó a Cartagena para buscar un mejor futuro, así ingresó al SENA. “Soy operador logístico. Mientras estudiaba vivía en San José de Los Campanos. En ese tiempo tenía diecisiete años y mi pareja quedó embarazada, así que tuve que buscar trabajo”.
Una de las habilidades de Brandon era la barbería, pero sus conocimientos eran básicos, pues había aprendido en la práctica, motilando a los amigos del pueblo. Aún así, con la necesidad de responder por su familia no dudó en aceptar un empleo en un local en San Fernando. “Me tocó echar algún embuste para que me cogieran; me pusieron a prueba y duré como seis meses ahí. Aprendí mucho allá”.
Cuando terminó de trabajar en esa barbería, Brandon regresó a Villanueva y aprovechó cincuenta mil pesos que le dió su mamá para ir completando sus herramientas de trabajo. “Tenía la máquina, los peines y un vale de Villanueva me dio una silla de escritorio. Empecé en la terraza de la casa”.
Dos meses después volvió a Cartagena para realizar sus prácticas del SENA. “Empecé a vivir con mi tía aquí en Bicentenario. Pero sabía que mi carrera no era lo que me gustaba. Pensaba en ahorrar para seguir comprando mis instrumentos y montar una buena barbería en Villanueva”.
Pero la vida tenía otros rumbos para Brandon. “El único muchacho que motilaba en el sector donde yo vivía en Bicentenario falleció y nadie más se dedicaba a eso. Así que mandé a buscar mis cosas a Villanueva y empecé en la terraza de mi tía con un abaniquito”.
Brandon dice tener hambre de salir adelante y es que no piensa detenerse hasta no ver crecer su sueño. “Hace un año, un amigo me arrendó este espacio para el negocio y para vivir. Me ha ido excelente, me he ido organizando. No puedo quejarme porque este punto ha sido una bendición. En un futuro, deseo tener un local propio y mi casa. Además, quiero un almacén de ropa y accesorios”.
La mayoría de sus clientes son jóvenes, tal vez por eso el corte que más hace en el día es el ‘Siete’. “En un sábado puedo hacer hasta treinta cortes, a veces me voy de largo. Hay semanas que no descanso y cuando llega el fin de semana ya estoy cansado. Pero aquí me entretengo mucho con los clientes, este es un barrio tranquilo. Por aquí hay barberos nuevos pero cada uno tiene su clientela y hay espacio para todos”.
Brandon vive con su pareja, María José, y su hija Tamara Sofía, de cinco años, el mismo tiempo que lleva, como él mismo dice, “tirando máquina”. “Mi hija me da motivación, si no fuera por ella quién sabe qué estaría haciendo. Mi esposa ahora no está trabajando, pero planeamos que pueda aprender sobre el tema de belleza”.
Brandon Muñoz Barbería
3008477514
Manzana 13 Lote 21. Bicentenario
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