Un negocio en dos ruedas

La venta de repuestos y la reparación de motocicletas han ido creciendo con el barrio, donde los poseedores de motos son muchos. Hablamos con dos de sus emprendedores para saber la dinámica de esta actividad comercial.

Andrea Carolina Estrada Sierra nació en Sincelejo, pero se crió en El Pozón. Allí trabajó unos tres años en un almacén de motos, donde conoció el negocio, que le quedó gustando. Luego le pidió prestado a una hermana para montar un pequeño negocio por cuenta propia. La competencia allá era dura y los otros tenían más marcas y referencias.

Así que cuando a su mamá le dieron una casa en Bicentenario empezó a ver que aquí había más oportunidades pues no tendría mayor competencia. Así que se vino a vivir con sus dos hijos.

Empezó hace unos cuatro años en la misma vía principal donde está ahora, pero en una esquina un poco más adentro. Su casa actual, donde tiene el local, queda diagonal a la rotonda, donde tiene mucha más visibilidad para los conductores.

“Ahora hay más habitantes, más motos, más comercio y más de todo. Cuando empecé solo había otro taller que se llama Motomec. Ahora somos cinco locales, contando el mío, uno de ellos a cuadra y media, el de José Ángel. Y a pesar de eso sigo vendiendo igual. Para todos hay. No tenemos esa rivalidad de –No lo compres allá y si lo compras allá no lo puedes arreglar acá–. Lo que yo no tengo quizás lo tiene él y al contrario: José Ángel viene a buscar acá si no tiene algo. 

“Mi fuerte es la venta de repuestos y artículos, porque el mantenimiento y arreglo de motos es aparte con los mecánicos; de lo que ellos cobran no tienen que darme nada a mí. Si me compran un pote de aceite se los vendo, pero ellos lo montan. Antes trabajaban aquí al frente, pero alquilaron la casa de al lado y allá tienen todas sus herramientas. Son cuatro, familiares entre sí y todos vecinos de Bicentenario”.

Lo que más se vende es el aceite, que hay que cambiar una vez al mes en las motos de uso personal. También venden bastantes balineras y bandas, que son otros elementos de desgaste. Las llantas demoran más en el recambio, pero también se venden. Y tiene unos pocos lujos porque fuera de Bicentenario hay almacenes especializados.

“Por acá si le ponen lujos a las motos, pero no es como por allá afuera que si compran cosas caras. Acá la gente le pone una que otra cosita, pero las referencias acá tienen que ser más económicas. Yo no puedo ponerme a traer cosas carísimas porque no van a tener salida. Todo lo que uno venda tiene que ser con respecto a la economía de la gente del barrio”, explica. 

Aunque le vende al que llega, tiene una clientela fija. “La mayoría de los que vienen a comprar son de motos propias. Ahora hay muchas facilidades para sacar una; en todos los barrios hay motos; es algo indispensable, la necesitan mucho. Más por las distancias desde nuestro barrio”.

José Ángel Chávez Hernández, nació en Magangué y con su familia llegó a Bicentenario en 2011, cuando estaba estudiando el bachillerato. A los dieciocho su mamá le regaló una moto usada. 

“Era una Eco100 de las antiguas, modelo 2006, y me daba para transportarme. Era mi primera moto y la verdad me encariñé con ella; la vendimos después porque ya estaba muy vieja y pedía muchos repuestos. Cuando tuve mi primera oportunidad trabajando en una empresa me compré una nueva y la fui pagando poco a poco. Ahora tengo veintisiete años y toda mi vida adulta ha estado relacionada con el tema de las motos”, nos dice.

En efecto, la empresa que menciona era una de repuestos de motos, a donde se fue a trabajar cuando terminó el bachillerato. Cuando tenía tiempo libre se dedicaba a reparar motos, algo que empezó montando y desmontando aquella Eco-100.

 
“Trabajando en esa empresa miraba los productos y aprendía para qué moto servía cada cual: a veces un solo producto le sirve a diferentes motos porque es la misma medida. Había revistas para los clientes y yo miraba los precios del mercado y el precio a cómo le salía a ellos al por mayor: era una diferencia grande. Entonces ahí me llamó la atención”, nos dice en una pausa durante una tarde ajetreada en el taller, en la misma vía principal del negocio de Andrea. 

Un poco más adelante, hace unos cinco años, estaba trabajando mecánica en la casa y a su hermano le propusieron pagarle una deuda con repuestos de motos. –Yo te los doy a ti para que tú trabajes con ellos y me devuelves mi plata– le dijo su hermano. 

José Ángel aceptó y así comenzó el negocio, que funciona en la sala de la casa familiar a la que llegaron en 2011. A sus padres no les molesta. Por el contrario, les alegra el progreso de su hijo pues ellos mismos han sido comerciantes independientes. Él vive con su compañera y su bebé de cuatro meses en Flor del Campo. 

Se fue financiando con distintos préstamos por fuera del sistema bancario “porque tú sabes que de salida un banco no te va a prestar un billete fuerte”. El último, que sigue pagando, la sacó su papá: –Agarra la plata y la sigues pagando y apenas que termines de pagar ese crédito te queda el negocio libre–, le dijo. Aún sigue pagando sus cuotas y cuenta los meses para liberarse de ese préstamo.

Por la herencia familiar y cierta formación en el colegio, José Ángel piensa como emprendedor y en el largo plazo, no en sobrevivir el día a día. Mira tendencias, la rotación de los productos, el costeo del proceso completo, la proyección a futuro.

“Hasta ahora estoy contento con la marcha del negocio, pero apenas es un bebé, hay que mantenerlo y hacerlo crecer para que luego genere sus ingresos permanentes. De comienzo, como cualquier negocio, hay que sostenerlo, ir poco a poco. Más adelante va a generar sus buenas ganancias: los grandes emprendedores primero se capitalizan y ya después pueden invertir en otras cosas”, nos dice.

Piensa que una cosa que hoy lo mantiene competitivo es justamente no pagar arriendo. “Si agarro una casa o un local tendría que poner los repuestos más caros para poder solventar lo del arriendo; entonces los clientes se van a retirar. Es lo que pasa con muchos talleres de por acá, como pagan arriendo tienen los repuestos a un precio muy elevado, esa es una de mis ventajas”, afirma.

Tiene un perfil de cliente un poco distinto al de Andrea. “Como en Cartagena se maneja mucho el trabajo informal hay mucho mototaxi, que es un negocio rentable; de mis clientes un setenta por ciento son mototaxistas. Ellos necesitan un montón de cosas porque, por ejemplo, los cambios de aceite se hacen cada quince días porque le dan mucho rodamiento. Otro repuesto recurrente de los mototaxis son los frenos, cada dos o tres meses, las guayas y las llantas”. 

Como Andrea, cree que hay espacio para todos. “A este barrio aún le falta por crecer, el tema de la moto es necesario porque Ciudad del Bicentenario está distanciada de la ciudad, el transporte público es muy pesado y las personas buscan algo más rápido. Por lo general, las personas que tienen moto acá trabajan en una empresa, llevan a sus hijos al colegio o los hay con trabajos independientes que dependen de la moto: hay de todo un poco. La mayoría de los dueños son hombres; sí hay mujeres, pero pocas”.

Trabaja de ocho de la mañana a seis de la tarde como máximo. En un mes muy bueno atiende hasta unas trescientas motos. Esta semana llegaron dos mecánicos: un hermano que quedó desempleado y un amigo. Ahora son cinco.

“A mí me sirve que vengan porque me libero de la mecánica y me dedico a los repuestos. Aquí cada quien cobra lo suyo, es mejor para evitar tanto enredo: hay más trabajo, tienen más tiempo por moto y me generan más ingresos porque me compran el repuesto. Si solo hay mecánicos y todos están ocupados, llega otro trabajo y se va a comprar los repuestos en otro lado”, explica.

Recuadro 

La ocupación del espacio público

A pesar de ser una actividad económica útil para los vecinos del barrio, la queja permanente es por la invasión del espacio público, principalmente las aceras que a veces resultan infranqueables para un peatón. También porque las manchas de aceite en el piso se convierten en un riesgo.

“El espacio público es algo que yo tengo muy pendiente: hay personas que se molestan como hay personas que no. Trato de sobrellevarlo, pero no les digo que no se molesten porque ellos siempre van a tener la razón. En lo personal, siempre trato de tener la zona peatonal libre: o bien dentro de la casa o bien del otro lado de la parte peatonal”, dice José Ángel.

“Una solución para el espacio público es conseguir una casa completa, que la mitad de la casa sea negocio y la otra mitad sea para las motos; pero ya me tocaría arrendar. Primero pienso en pagar el préstamo y después en meterme en un arriendo porque el negocio sí da, pero saliendo de la deuda porque de lo contrario serían dos sogas al cuello”, afirma.

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